Lo que viene ahora

El presidente del Gobierno dijo en su comparecencia pública del sábado pasado que lo peor ya ha pasado, pero otros creemos que lo peor está por llegar, en términos de paro, pobreza y malestar social. El miedo a una segunda ola de la pandemia no es menor que el miedo al despido que siembra el pánico entre la mitad de los trabajadores.
Al previsto hundimiento del Producto Interior Britp se suma la nueva frontera de la digitalización y la robotización del sistema productivo, que tendrá consecuencias directas sobre una población activa tan envejecida como la española. En su último informe la Fundación Adecco nos advierte de que el 62% de los mayores de 55 años ya son parados de larga duración y el 75% cree que ya no volverá nunca al mercado de trabajo.
Solo es uno de los vectores de la España económicamente rota y socialmente explosiva que viene después de la pandemia. A partir de este negro augurio: según la OCDE, España encabeza el desplome de la economía en los países de nuestro entorno. Por supuesto, mucho peor que Alemania, la potencia económica del grupo europeo. Ese país, principal motor de la economía en la UE, se dispone a sufrir la recesión más profunda de su historia posterior a la segunda guerra mundial.
Turno para el optimismo. Junto a los nubarrones, la nota positiva la ponen quienes apuestan por una inmediata recuperación de la economía en los mercados occidentales, siempre que no se produzca el temido contraataque del coronavirus. El calor del verano y la pérdida de carga viral de la Covid-19 (eso dicen los expertos) pueden facilitar la recuperación de la industria y los servicios, que a escala mundial han sufrido un desplome histórico y en España van a ser incentivados con ingentes cantidades de dinero público (por ahí van los planes gubernamentales de ayuda a la automoción y el turismo).
Precisamente el dato de referencia para orientarnos respecto a la que se avecina es el de los PGE para 2021, en relación con esos manguerazos de dinero público. El principal es el que vendrá de la Unión Europea para la reconstrucción de los veintisiete. 
A España le corresponderían unos 145.000 millones, entre transferencias sin retorno y créditos, lo que equivale, ojo al dato, a la tercera parte de los gastos del Estado. La buena noticia es que puede ser una palanca de la recuperación. La mala es que, con una deuda pública que se acerca al 110% de su Productor Interior Bruto, España va a vivir de prestado por varias generaciones.
Eso también forma parte del alarmante estado de la España post-pandémica. Va a ser imposible que los índices de cobertura del ingreso mínimo vital (850.000 familias), previsto para españoles que viven en la pobreza o al borde de la misma, tapone las nuevas heridas de la sufrida clase media, después del paro, los recortes y la precarización que nos trajo la crisis de 2008.

Lo que viene ahora

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