“SOBRAN LAS PALABRAS”

Sobran las palabras no iba a pasar a la historia. Habla de cosas pequeñas, o no tan pequeñas, sin alzar la voz, siendo convencional, pero sin discordancias, amable, bien llevada para cualquier espectador en la mitad del camino. Habla de ver crecer a los hijos, de verlos marchar, de encontrarse solo y buscar una segunda oportunidad, de tener miedo a esta búsqueda porque el corazón ya carga cicatrices. Habla de cosas que no cuesta escuchar una y otra vez.
Sin embargo, sin que ella, ni de su director, ni todos sus actores (menos uno) tengan responsabilidad alguna, “Sobran las palabras” es una película que será recordada. La envuelve el aura de una ausencia, la del sosias de Tony Soprano al otro lado de la ficción: James Gandolfini. Seguramente ni el propio Gandolfini lo sabía, pero cada uno de sus gestos en esta inofensiva tragicomedia parece una despedida. Adiós, dice esa forma de mirar sesgado, perdida ya la violencia del matón de “Amor a quemarropa”. Adiós a ese marido amenazante de “El hombre que nunca estuvo allí”. Adiós a ese Bear de “Cómo conquistar Hollywood”, el nombre de personaje que mejor le calza a Gandolfini, un oso noqueado por la vida, pero sabio y con las zarpas afiladas. Adiós a un secundario de lujo en celuloide que se tornó en inmortal gracias a la tele. En “Animal Rescue”, un filme coral pendiente de estreno, Gandolfini se va como se ha ido ya Gandolfini en vida. Pero al igual que pasó con el Joker de Heath Ledger, su despedida sucedió un paso antes. En un filme liviano, intrascendente, pero en el que el actor se sintió lo suficientemente cómodo como para decir: “Me partiste el corazón”. Con todo el peso de cada palabra.
Las mil y un caras del cine frenan por un instante su voraz tiovivo y se detienen en los rasgos de James Joseph Gandolfini y los congela en una última sonrisa. De las inolvidables.

“SOBRAN LAS PALABRAS”

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