El mundo que viene

Muere el orden del siglo XX. Aunque aún no ha nacido uno nuevo. Dolores de parto. Mientras el auge de la demagogia y el populismo arroja claroscuros entre la irreverencia y la impunidad, la desidia y la preocupación. Este mundo que viene está llegando, rompiendo viejos moldes, estirando antiguas inercias que no han sabido fracturarse antes ni tampoco se ha querido. Y este mundo que vieney necesita de políticas acertadas, pero también de nuevos políticos. El choque de realidades está aquí, siempre lo ha estado, pese a que no hemos querido verlo. El mundo bascula. Siempre lo ha hecho y lo hará. Otra cosa es que queramos percibirlo y ajustarnos a la realidad objetiva, matizada siquiera por el pragmatismo eficiente. Y este mundo es de una complejidad enorme y donde nadie es capaz de resolver nada ni por la fuerza ni de manera unilateral.
Dejemos que muera y que los vientos del XXI se impongan. Europa ya no es el epicentro de nada, solo es Europa y hora es que empieza a cobrar sentido de dónde está, qué es y hacia dónde quiere ir y con quién. Hora es que entra en la edad de la adultez. EEUU no puede seguir siendo su guardián en lo militar y en seguridad si Europa no es capaz de dotarse de las estructuras militares que precisa. Muerta la guerra fría, enterrados aquellos parámetros conviene no resucitarlos. Cuestión diferente son los nuevos retos, así como las tensiones que generan quienes desafían las reglas de juego en el escenario internacional, convulso y con más protagonistas. El eje geoestratégico y de seguridad ha basculado hacia Asia Pacífico, también en lo económico. Redimensionar el papel que a cada uno nos corresponde en ese escenario y en esa coreografía sigue siendo una asignatura pendiente en el viejo continente.
Cambiados los parámetros, evolucionadas las sociedades, globalizadas y más interconectados que nunca los desafíos también han mutado, lo que no significa que algunos hayan desaparecidos. El papel que cada uno está dispuesto a jugar no pueden asumirlo otros por nosotros. Engañarse por más tiempo es tan irresponsable como cínico.
Los tratados de este tiempo de cambio de ciclo ya no son militares, lo son de contenido económico y sucedáneo a esto, social y educacional. Tiempos de liberalismos en zozobra ante los populismos, el resurgir de puritanismos trasnochados y auge de discursos proteccionistas tan miopes como interesados amén de torpes. El mundo de hoy debe reposicionar sus prioridades. Pero la voz no la tiene nadie. Dos potencias compiten en todas y cada una de las arenas. Desde lo militar a lo geostratégico, desde lo industrial a lo comercial, desde la carrera espacial a la tecnología y a convertirse en socio indispensable de buena parte del mundo, comprando su deuda, acaparando sus mercados o absorbiendo sus materias primas. Otra juega a seguir ocupando el poso y el paso que en su día tuvo y hoy en declive que no le impide, auspiciando un nacionalismo iconoclasta e irreverente, seguir aparentando viejas hegemonías que solo sus arsenales preservan.
Dejemos que lo nuevo nazca y enterremos los viejos. Que nuevos vientos lleguen y muevan semillas de nuevo cuño. El orden del siglo XX no debe perpetuarse como lo ha hecho hasta ahora. Permitamos que nuevos hechos, nuevos criterios, nuevas realidades cambien la esclerosis que tiene atrapados ciertos realismos diplomáticos y políticos e irrumpan nuevos códigos donde las hegemonías no sean tan aplastantes.

El mundo que viene

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