Más allá de la impunidad, la democracia

Cuando hace unos días se desveló el contenido del informe Chilcot la constatación más evidente no ha sido otra que el valor que tiene, aún hoy día, a pesar de tantos problemas, la democracia. Su vitalidad, su fuerza, su irradiación. Que un Parlamento y un Gobierno sean capaces de nombrar, debatir, presentar, analizar, investigar, censurar, al máximo nivel, sin cortapisas ni frenos, sin obstáculos visibles al menos, la actuación de sus miembros es síntoma inequívoca de la fuerza y magnetismo que los valores democráticos y la libertad aún atesoran en nuestras sociedades de cristal y tal vez de arcilla aguada. 
Todos somos conscientes que los principales responsables de aquella guerra, de agresión, camuflada en metáforas y mezquindades varias, urdida entre mentiras y silencios cómplices, de odio e inquina ante lo que había sucedido año y medio antes en Estados Unidos, nunca se sentarán ante un tribunal. Tampoco las comparsas necesarias, los cómplices políticos, utilizados con descaro y sonrojo. Entre correveidiles serviles y bufones de medio pelo. No veremos a nadie sentado en La Haya ante la Corte Penal Internacional. Veremos, sin embargo, debates trasnochados de algunos acólitos fieles argumentando que hubo bendición de Naciones Unidas, como se esta, organismo igual de endeble hoy que en aquel instante, tuviera esa potestas que no autoritas real. Veremos igualmente el silencio vergonzoso de casi dos centenares de diputados españoles que votaron a favor de aquellos hechos. Sin conciencia. Sin escrúpulo. Y no veremos nada más. Siquiera un arrepentimiento sincero. Todo será y seguirá igual. Mentira, tancredismo, silencio. Moral de náusea. 
Estados Unidos ni siquiera ha ratificado en su Senado el Estatuto de Roma de 1998 y con una entrada en vigor en 2018 sin retroactividad alguna. Ni tribunales nacionales ni internacionales serán juez ni parte. Porque a veces también se es parte. La impunidad ha ganado. La de los poderosos, la de los que dictan las reglas de juego, los que son marionetas de los verdaderos intereses militares y económicos. De aquellos beneficios inimaginables que el gobernador de Florida, un tal Jeff Bush blasonaba en su visita a la República de España a los pocos meses. La cultura de aquel aprendiz de tejano era la que era. Se demostró también en su corta cerrera hacia la Casa Blanca.
Ha ganado la impunidad en apariencia. Pero no la ética ni la moral, ni el juicio de la historia. Aquella nefasta foto de las Azores, cuyo anfitrión llegó incluso a ser presidente de la Comisión Europea y hoy suma consejos de administración, al igual que el resto, salvo el presidente americano, solo tendrá un epítome a modo de epitafio, la de la vergüenza, la de la mentira, la del poder sin límite. La de la gran farsa de los poderosos. Cruel repugnancia. Irak fue devastado, abandonado, dejado a su suerte cuando todo se complicó. Falló lo preventivo, pero también todo lo demás. El príncipe de las tinieblas, Richard Perle, asesor aulico del expresidente tejano tuvo razón. Todo era mentira, pero era la catarsis para que EEUU dominase el mundo.

Más allá de la impunidad, la democracia

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