Libertad y burkini

Niqab, burka, hiyab, chador, shayla y de repente este verano burkini. Más allá de un curso acelerado de vestimenta, su uso, voluntario u obligatorio por mujeres musulmanas, estalla la polémica en países europeos conforme a la prohibición o por el contrario permisividad de las mismas. Nadie puede negar que si no fuera por el miedo, la inseguridad, el temor tras los atentados islámicos en Europa probablemente no estaríamos hablando ahora mismo de tal polémica. Esporádicamente en centros educativos, religosos, sanitarios se ha abordado, también en España, si las mujeres que usan esta vestimenta deben ir o no con el rostro descubierto.
Hemos leído y escuchado todo tipo de argumentos y contraargumentos. También opiniones de las propias mujeres musulmanes que están a favor y en contra de su uso. Quiénes lo ven como un derecho inalienable en su libertad y quiénes lo contemplan como una restricción a la misma e imposición por otros. El debate está abierto. Las aristas son múltiples. Y la tensión no ha hecho más que crecer. ¿Debe un estado, un ayuntamiento prohibir el uso de estas prendas?, ¿hasta qué punto no hay una estrategia comercial detrás de ciertas marcas de ropa que venden y popularizan, al tiempo que ruborizan a algunos europeos no musulmanes?, ¿cuál ha sido la reacción de grupos y organizaciones feministas musulmanas y no musulmanas? Nos sorprenderíamos en ver las distintas posturas de éstas, pero un denominador común, la libertad. Cuestión distinta es quién entiende y quién interpreta esa libertad. Hay quién bien el último bastión del machismo occidental.
Creada la polémica, como si no hubiera otras más preocupantes ahora mismo, el consejo de estado francés acaba de pronunciarse, con sensatez y aplomo. Suspende el veto al burkini. El Consejo estimó que la amenaza al orden público, principal argumento jurídico que esgrimía el decreto que muchos municipios han promulgado, no lo justifica. Lo suspende por estimar que atenta contra las libertades fundamentales. Prima la libertad.
Respetemos las convicciones religiosas de toda persona, como también de quiénes no las tienen. Respetemos la libertad de todos, de quiénes quieren y quienes no usar semejantes prendas. Pero trazar la ecuación entre estas vestimentas y el fanatismo religioso es un abismo intencionado. Es evidente que quién usa una prenda de este tipo no se deja llevar por una moda o un convencionalismo superficia, sino por una creencia religiosa, una forma de entender y practicar su religión, también de “ostentar” la misma.
Lo patético, lo esperpéntico llega cuando varios policías francesas rodean a una mujer cubierta en una playa de Niza hasta que la misma se va despojando de algunas prendas. ¿Quién atenta contra la libertad en este caso? Estigmatizar a una mujer por llevar una prenda que la cubre atenta contra su dignidad humana y su libertad, pero ¿atenta contra quién no opta por cubrirse? Como atenta sin duda contra la personalidad y libertad de toda mujer si la misma es obligada a llevar estas prendas contra su voluntad u obligada a no hacerlo cuando quiere vestirse así conforme a sus dictados, creencias, caprichos o por las razones que fuer. Una treintena de mujeres en Francia han sido multadas, otras invitadas a abandonar los arenales. Cuidado con la irracionalidad, es otra forma de fanatismo. El miedo y la inseguridad no se combaten así. Restringir la libertad tiene límites. Y el Consejo de Estado francés abofetea a quiénes se quieren instalar por encima de los mismos, políticamente.

Libertad y burkini

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