Haití, de nuevo la tragedia

Hace seis años la tierra se abrió. Atrapó entre sus garras a miles de haitianos. Su furia incontenida, su desgarro, su hambre voraz de vida arrebató lo poco o casi inexistente que los haitianos tienen y tenían, sus vidas. El panorama fue dantesco, lo terrible es que seis años después sigue siéndolo. A la tragedia de las imágenes le siguió una segunda, peor, la impotencia e inaptitud para gestionar el desastre,. Sigue ahí presente, cada día, cada instante, cada minuto. La del abandono social y económico por un país sin estado, plagado de burocracias artificiales y poderosas que escamotea los miles de millones de dólares en ayuda internacional. A ello se unió el cólera, la insalubridad y precarísimas condiciones de vida. Ochocientos mil haitianos viven a la intemperie, en tiendas en tierras prestadas y que ahora sus dueños piden el desalojo.
Hoy un devastador huracán vuelve a situar a la isla, la parte pobre de esa isla que abriga dos países, en el epicentro de la miseria, la muerte, la destrucción. Primero ésta, luego el duelo y la ayuda internacional. Después, el olvido y el abandono lento. El mundo mirará hacia otro lado, ya no será noticia. Recordemos la de aquel niño hace seis años ya muerto y arrancado de un cúmulo de cadáveres, alguien le agarraba por su piececillo pero sus manos, boca abajo, exigen ir con la muerte. La anestesia duerme las conciencias. Todo se derrumba, la fragilidad humana es la primera que lo sufre. No hay mal mayor. El resto es demagogia. Más prudencia en los mensajes no nos vendría mal a todos. Hablar del país caribeño es hablar de tragedia. La misma que la abraza como una sombra perpetua. Pobreza y miseria, dictaduras y oligarquías que han devastado al pueblo y al país. La tutela e injerencia norteamericana con intereses políticos pero sobre todo agrícolas y económicos sobre el país caribeño han terminado de dar la puntilla a un país que fue desangrado y esquilmado por la colonización francesa. Esa es su tragedia histórica, pese a ser el primer país de América en independizarse, con el temblor empezó otra de magnitudes incalculables. Y llegó el olvido, la indiferencia, el pillaje, la violencia, la corrupción, cuyo último espectáculo bochornoso y tedioso, la primera vuelta de unas presidenciales con el fraude de siempre. 
La naturaleza cobra, otra vez, un sangriento y terrorífico tributo. Cientos de personas han perdido la vida. La vida de un país cortada de nuevo por la furia del viento, truncada, corregida, frustrada. Los que han sobrevivido lo llevan marcado en sus rostros, en sus cicatrices internas y porosas. Todo se ha secado de golpe en el manantial de la vida y la alegría. Un infierno rodeó y sigue rodeando aún hoy las calles arrasadas por escombros y amasijos de hierro, sin luz, sin agua, sin alimentos, sin medicinas. Los cuerpos se apilan de nuevo y se alinean en las calles, sin intimidad, sin rubor, inermes, sin nombre ni nadie que les llorase. El miedo a las enfermedades, al cólera está presente. El anonimato envolvió con su tela de cal y sin pudor la muerte. Nadie sabrá donde llorarles. El caos y la miseria persiguen y se adueña de esta isla maltratada por su presente y su pasado, sin futuro. No hay gobierno salvo una apariencia débil, no hay estado, tal vez nunca lo hubo. El hombre está solo, en su individualidad más débil y su soledad más terrible, peor incluso que cuando nació. Haití es un país fracturado pero también fracasado. Es la parte olvidada de una herencia rechazada. De pronto la hemos descubierto, pero por la tragedia, incapaces de ver más allá de lo que hay debajo de la tragedia. Las desgracias siempre golpean a los más humildes. No tienen piedad ni resquemor alguno. Haití es hoy, nuevamente, la imagen viva de la impotencia, de la desesperanza y la nada misma.

Haití, de nuevo la tragedia

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