Guerra en Podemos

Como en cualquier otra formación. Podemos no es aséptica a las luchas de poder ni a las imposiciones de unos sobre otros propias de toda familia política y partidista. Los viejos vicios, o dicho de otra manera, las cuotas de poder y mando, autocracia y liderazgo a costa de otros, se heredan, se copian, se mimetizan voluntaria e involuntariamente. El laboratorio de ideas de una facultad dista mucho de la realidad diaria. Las luchas cainitas, viscerales, son latentes. Las aparcaron hace unos meses en plena ebullición y roce entre Iglesias y Errejón. Ahora son y serán segundos espadas los que libren la batalla, mientras entre bambalinas ejercerán toda su influencia y poder los número uno y dos. La situación en Madrid es caótica. La fulminación de la mano derecha de Errejón hace unos meses no se olvida. La errática y soberbia campaña de Iglesias con una negativa manifiesta de Errejón a pactar con Izquierda Unida ha dado la razón a éste último.
A partir de ahí, o lo que es lo mismo, desde la noche del 26 de junio, dilución, desaparición de escena. Silencio. Si bien es verdad que nadie echa de menos el griterío y la sobrerrepresentación anterior. Demasiado teatro y arrogancia arrojaron escasos réditos. Podemos ha tocado techo. La caída y el reequilibrio es cuestión de tiempo. Si hay unas terceras elecciones, y es probable que las haya, el desánimo y la desmovilización, como también el desencanto les afectará y tocará. Madrid no es una batalla cualquiera. Es el reducto donde todo comenzó.
La fuerza magnética para estos profesores que saben que no serán por mucho tiempo capaces de aglutinar y menos liderar las confluencias autonómicas. Lo visto en Galicia de cara a una formación in extremis y de interés para confluir a las autonómicas gallegas es síntoma de que no controlan ni tampoco gozan ya de toda la simpatía en formaciones que nacieron al calor de la protesta y atrapados por la nebulosa inicial de Podemos. Todo eso se está evaporando, en parte por la inercia de la vida política y el centralismo sordo de la propia formación, que predica una cosa y hace la contraria.
El divorcio en la dirección y el núcleo es claro, asintomático de puertas hacia fura, cruel internamente. El discípulo mata al maestro. Siempre ha sido así. Controlar alfiles, caballos y evitar el enroque de la torre es la estrategia que mantendrá Iglesias a toda costa.
Crecieron muy deprisa, demasiado, sin tener un proyecto siquiera enhebrado ya no sólido. Y tienen los mismos problemas, también defectos y fallas que aquellos que tildaban de casta, de viejos, de caducos. El ricino que están bebiendo todavía no es amargo. Solo es cuestión de tiempo. Los emergentes han decepcionado tan aprisa como cautivaron con su frescura inicial, caduca hoy cuando no sorpresiva por sus pendulares movimientos. Hay que ser serios si se quiere que a uno lo tomen por serio.
Dos meses y medio después de las elecciones generales el invierno llega demasiado pronto a Podemos. Y son y serán unas cuantas las batallas que han de librar ante un determinante quizás, diciembre. Asaltar los cielos tiene un claro desgaste cuando se fía todo al capricho y la vehemencia, la soberbia y la arrogancia. Pero no todos se dejan engañar todo el tiempo, siquiera un tiempo. Los Maestre, Tania Sánchez, Espinar y demás librarán una batalla donde los mariscales serán otros.

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