El final del enroque

YSánchez dimitió. Tarde, pero dimitió, con un partido fracturado, roto en mil pedazos, donde los cuchillos están oxidados pero no guardados y donde la militancia ha asistido a un espectáculo tan sórdido como mezquino en cuarteles de invierno que las élites, las “castas” han disputado a sangre y fuego.
El daño está hecho. La credibilidad del partido y sus dirigentes, completamente rota. Y la posición del partido frente, o bien, unas nuevas elecciones, o bien, facilitar mediante la abstención de algunos o todos los diputados (y ojo que puede romperse la disciplina de voto) no está clara ni clarificada por barones, condesas y dimisionarios que han dilapidado la coherencia y la imagen armónica de un partido que arrastra demasiados fantasmas y miedos patógenos desde tiempo atrás. El azar no ha sido el motivo ni la causa, sino la aptitud, la desidia, la contradicción, la ambivalencia, la falta de solidez y criterio de un partido en los últimos años atrapado en sus propias espirales e inercias destructivas, y varado en tierra de nadie justo cuando por el centro y por l aizquierda surgieron competidores dispuestos a amenazar su hegemonía en la izquierda. Y a buena fe que lo lograron. Con un 2 % de electorado más o menos fiel hasta el momento la radiografía es la que es, suficiente para dar la puntilla a un nuevo secretario general al que casi no le dejaron respirar desde el primer minuto ni tratar de otear un horizonte propio, pese a las torpezas y enroques y comportamientos por la brava y autoridad extrema que trató de abrazar desde el primer momento, hasta el enroque taimado y cerril de los últimos días bien azuzado por el comportamiento mezquino de sus compañeros de partido que le segaron inmisericorde la hierba, el aire e incluso la palabra.
No sabemos en estos momentos qué sucederá realmente con el partido socialista de aquí a unos meses y sobre todo a unos  años. Está en crisis, está roto. Completamente roto. Pero todavía algo peor, es incapaz de leer e interpretar la realidad social del momento presente de España. Y aquí no importan los nombres. Probablemente otro secretario general hubiera cosechado idénticos resultados electorales desde la agonía irreversible que se acrecentó con los estertores del zapaterismo y que arrastra de tiempo atrás.
Es probable que la militancia no merezca esto ni tampoco la propia historia de un partido que vivió tiempos convulsos y de decepción y de enorme fractura y polarización como ocurrió en la época de la república, la segunda y frustrada, tal vez funesta ante la radicalidad de todos. Dignidad de una época que solo un gigante en humanidad como Julián Besteiro se escapa de la excepción. Hoy, en cambio, demasiada mediocridad y amnesia, demasiada ambición y raquitismo intelectual y moral atraviesan el alma rota de un partido perdido, caído y desgajado por el sectarismo, la polarización y la inapetencia de ideas y proyectos. Lástima ver lo que está sucediendo, pero es lo que se ha estado labrando como recordó el expresidente de Galicia Pérez Touriño y que sufrió en carne propia las inclemencias de la fractura, la traición y quizás también el olvido y el ostracismo. La derrota no es huérfana. Hoy tiene un nombre, pero ya está escribiendo el del siguiente. Y lo que es peor, el espectáculo seguirá.

 

El final del enroque

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