Daños colaterales

El gran e hipócrita eufemismo de las guerras modernas, sobre todo de esos pretendidos bombardeos aéreos asépticos  pero que son tan mortíferos como destructivos. Los conocimos en la guerra de Irak y ahora existen en cualquier conflicto. No importa que sean viviendas colegios, hospitales o edificios de la ONU. En la Franja de Gaza no han sido pocas las veces que estos últimos han sido bombardeados. Siempre una excusa. Siempre un por qué o un anodino y vacuo accidente o error. En Líbano un soldado español de la Finul murió por un proyectil que simplemente hizo blanco. No hace falta decir si era israelí o de Hizbulá. Todo se esconde y se tapa de miseria y mediocridad humana, política y militar. 
Han muerto nueve miembros de Médicos de Frontera aparte de una treintena de pacientes desaparecidos. Desde septiembre la organización había dado sus coordenadas exactas tanto al ejército norteamericano como afgano, por llamarle ejército y cómo si este no fuere supervisado y abastecido por aquél. Y sin embargo el ataque, en los tiempos donde la tecnología lo es todo, sea con drones o no, al menos mientras no sean éstos los que automatizadamente “decidan” cuando disparan y sobre qué objetivos, se produjo. Error, accidente, acción intencionada, objetivo de repente militar, todo puede ser. Pero lo trágico es que fue. No ha tardado un representante del gobierno afgano en tratar de tapar y enmascarar más la cosa aseverando que 15 terroristas se habían refugiado o parapetado allí, entre sus muros. Otros medios, o al menos, otras traducciones optaron por traducir las palabras pastunes por talibán y no terrorista. Ser terrorista, ser yihadista, ser del EI, sea de Al Nusra u otra rama de Al Qaeda, o de cualquier otro grupo automáticamente se ha convertido en licencia para todo. 
Ni siquiera se distingue una ocupación, una guerra, violencia, o descarnadamente terrorismo y genocidio como practica el Estado Islámico. Pero ya todo es admisible desde que los inocentes son simples daños colaterales. Es lo que el mundo quiere escuchar, asentir y sobre todo no ver. Porque las televisiones nos ofrecen imágenes cibernéticas de guerras y bombardeos, ataques nocturnos y objetivos fotografiados o escaneados amén de enormes bolas de fuego en el reflejo de la noche, pero nunca la imagen descarnada y terrible de la destrucción real en vidas humanas y restos carbonizados. No vaya a ser que el cínico y confortable occidente, entelequia estéril, se aflija al ver niños muertos o mujeres y hombres destrozados. Daños colaterales, dos términos que lo engloban todo. No importa la culpa o el dolo, la intencionalidad o no. 
Cuando alguien está dispuesto a atacar, matar, bombardear, sabe lo que hay. Tampoco todo adelanto tecnológico. Ellos no mandan tropas al terreno. Es la guerra del aire, la que ataca al enemigo, pero también la que causa solo bajas civiles inocentes. Pero nunca bajas propias. Daños humanos irreparables. Pero nadie se acordará de ellos. Como tampoco de los cientos de niños que mueren en cada conflicto, tras las bombardeos. Busquen por Internet. Busquen datos de las dos últimos guerras, por llamar guerras, en Gaza y el número de menores asesinados.

Daños colaterales

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