Cuando el odio mata

Odio, odio irracional. Aunque a veces también es racional. Pero traspasa y sobrepasa a la condición humana. De nuevo la brutalidad golpea. En Estados Unidos esta vez. Más de cincuenta muertos. Asesinados a sangre fría. Un solo hombre. Todo es confuso. Las primeras informaciones apuntaron a vínculos terroristas. Pero también odio enfermizo a la comunidad gay. Un odio que ha llevado a una matanza terrible. En un país que no termina de conciliar libertad y derecho a portar armas amén de su sacrosanto derecho de índole cuasiconstitucional. Dejémosle en ese cuasi, pero los asesinatos y las matanzas cada poco tiempo son algo repetitivo.
Duelen estos asesinatos. Duele esta masacre sobre todo por que golpea en casa, sea en Francia, sea en Estados Unidos, sea en España. Y duelen porque las muertes a diario que suceden en África, Oriente Medio, en Irak, en Siria, en Libia, en Egipto, simplemente no nos duelen ni hacen reflexionar. Como tampoco el drama de los miles de refugiados que huyen de ese fanatismo y terror que el odio siembra. Ellos no nos duelen. Pero sí cuando los muertos son occidentales o mueren a nuestro lado. Ese es nuestro doble rasero. El de la inmoralidad y el cinismo. No nos duelen cuando los drones de algún ejército se equivocan o no y matan a médicos de un hospital en Afganistán, pero si cuando un norteamericano, de origen afgano perpetra el horror en estado puro. 
Ignoramos si es el fanatismo religioso o no, si el vinculo y cierta lealtad al ISIS o no, si es un crimen atroz simplemente, o si es un odio despiadado al colectivo homosexual. Pero la realidad es que más de cincuenta inocentes han sido asesinados sin culpa alguna. Sin hacer daño a nadie. Inocentes. Ejecutados por un solo hombre. Fanático y lleno de odio y rencor. ¿Qué puede mover a un hombre a la brutalidad? Todo y nada a la vez. Pero si se confirma que esto es la actuación de un lobo solitario, de células afines o a las ordenes del radicalismo fundamentalista, preparémonos para lo que pueda venir. Hace solo seis meses en San Bernardino hubo una prueba. Ahora el atentado y acción solitaria de este hombre significa un salto extraordinario. De lo poco que ha trascendido se dice que el asesino había sido investigado por el FBI por presuntos vínculos con el Estado Islámico. Algo ha fallado. O no todo es posible controlarlo.
Es un acto de terror y odio como ha afirmado el presidente de Estados Unidos. Nadie hoy se atreve a preguntar por qué, y por qué en suelo estadounidense. Pero esta es una pregunta terrible que en algún momento tendrán que hacerse los norteamericanos. Llegará en un momento en que también algunos tendrán que hacer examen de conciencia. Pero quienes de verdad sufren cualquier embestida brutal siempre son los más débiles, los ciudadanos anónimos que sufren en sus carnes la tragedia, la sangre y el desgarro. El pánico se adueñará del país y polarizará la campaña electoral de aquí a noviembre. 
De poco importan en estos momentos las palabras del padre del asesino señalando que no cree que haya vínculos terroristas, pero sí homófobos. El miedo está instalado y nada hay más frágil que el miedo ni tampoco más veloz. El odio ha matado. Nos ha golpeado en nuestras acomodadas sociedades occidentales. Qué diferente cuando es o sucede casi a diario en países que a nadie importa. Pensémoslo también. Nada es equiparable, pero todo tiene su concatenación.

Cuando el odio mata

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