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La generación del 81

04/11/2025

«El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo», dice Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. 

Y así estoy yo, que acabo de terminar Mil cosas, de Juan Tallón, señalándole.

A él y a Manuel Jabois, Nacho Carretero, Javier Peña, Arturo Lezcano…

Pero no me resulta suficiente. Porque las cosas necesitan nombres. No basta con que existan, ni con apuntar hacia ellas con el dedo índice: necesitan un sustantivo para ser reales, para ocupar el espacio que les corresponde en el imaginario colectivo.

Así que, que me perdonen la osadía, pero voy a bautizar a una generación de escritores gallegos que permanece sin el que suele ser el primero de los sacramentos. Porque hay causas que se deben asumir —es un acto de justicia— aunque nadie te haya invitado a hacerlo.

Una generación literaria es un grupo de escritores que nacen en fechas cercanas, comparten una formación semejante y desarrollan estilos y temáticas comunes, dado que han vivido los mismos hechos históricos y sociales.

Por eso, Generación del 81 se me antoja un nombre perfecto.

No por exactitud aritmética, sino por lo que ese año simboliza: el miedo del 23-F, la fragilidad de la democracia recién estrenada y el comienzo de una nueva conciencia colectiva.

La Generación del 81 no nació en un aula ni en un café, sino en redacciones que vivían la transición de la máquina de escribir al ordenador personal. Y en las que todavía se fumaba.

Se formó ante páginas en blanco y columnas con fecha de entrega.

Llegó a la literatura desde el periodismo, con la precisión del dato y la intuición del narrador. Y lo hizo movida por una necesidad común: entender un mundo que se movía, y sigue haciéndolo, demasiado rápido.

Entre ellos están Juan Tallón, que convierte la realidad en ironía filosófica; Nacho Carretero, que aporta luz a las zonas más oscuras de nuestra realidad; Javier Peña, con un desbordante universo narrativo; Manuel Jabois, capaz de transformar lo cotidiano en épica emocional; Arturo Lezcano, que hace del periodismo un territorio literario; o Diego Ameixeiras, que retrata la noche gallega con voz de novela negra.

Y no están solos. A su alrededor se adivina una constelación de voces masculinas y femeninas que, desde distintos géneros y registros, comparten la misma pulsión: mirar el presente con inteligencia, emoción, cierta dosis de morriña y bastante retranca.

Escriben desde Galicia o con Galicia dentro, con un pie en el periodismo y otro en la literatura y con las manos metidas en la realidad. Más bien hundidas, hasta el fondo. Quizá no les unen los temas, sino la forma de morderlos.

No tienen siglas, ni corriente estética, pero comparten una mirada crítica, una ironía que no se resigna y una fe obstinada en la palabra como herramienta de resistencia.

Todos nacieron en los setenta o primeros ochenta.

Crecieron con el eco del 23F, cuando la democracia temblaba.

Soñaron con un futuro azul con estrellas doradas.

Vieron caer grandes muros.

Se educaron en el mérito y crecieron en la incertidumbre.

Creyeron en el progreso y aprendieron a desconfiar de las promesas.

Pasaron del fax al whatsapp, de la Olivetti al algoritmo, del papel al scroll, del reportaje al tuit, del VHS al streaming, de la movida al ruido, de Franco a la wifi, del silencio a la sobreexposición.

Fueron los nietos del olvido, los hijos de la ilusión y el consenso, y los padres del desencanto.

Han hecho de la duda un punto de vista, de la ironía, un modo de defensa.

Parecen descreídos, pero les sobra colmillo —bien afilado—.

Quizá no sean fundadores de nada, pero han conseguido algo mucho más difícil: escribir bien en un tiempo que apenas deja pensar. En una época que confunde visibilidad con talento, han elegido la hondura frente al estrépito; el poso frente al like; el pensamiento frente al sistema.

Y demuestran que aquí, en esta esquina húmeda y testaruda del mapa, se está escribiendo con una lucidez y una calidad que merece respeto.

Y nos merecemos disfrutarlo. Y presumir de ello. Si es preciso, a dentelladas.