Sánchez sufre por nosotros
A veces pienso que somos poco agradecidos. También es verdad que no resulta fácil empatizar con el presidente porque cuando lo intentas él va y cambia de opinión y te deja vendido y si solo sucediera una vez tendría un pase, pero es que sus cambios de opinión se multiplican en función de sus necesidades inmediatas y coyunturales. Cuando Sánchez defendía que no pactaría con Bildu algunos le creyeron, pero, en un momento dado, cambió de opinión y Bildu pasó a ser su socio preferente y, ya de paso, el terrorista Otegui un “hombre de paz”. Otros, que también le creyeron, celebraron la afirmación de Sánchez cuando dijo que con Podemos en el gobierno no podría dormir tranquilo, pero, a continuación, hizo vicepresidente a Iglesias y dejó vendidos, de nuevo, a aquellos que le creyeron. Otro intento de empatizar con Sánchez fue aquel momento en el que decía que la amnistía era inconstitucional para, al poco tiempo, ser el defensor de amnistiar a los golpistas catalanes.
Aún así, todavía quedaban un grupo de “creyentes” que no perdían la esperanza y hasta soltaron alguna lagrimilla cuando el presidente se retiró cinco días para pensar si estaba enamorado de su mujer y, deshojando la margarita llegó a la conclusión de que sí y además no renunciaba a la presidencia. Poco después su señora fue imputada y se destaparon los negocios de su suegro que tenían como objeto social la prostitución en saunas y sus seguidores, feministas de libro todos ellos, tragaron con el “relato”.
Después llegaron los Koldo, Ábalos, Cerdán, Leire y toda la tropa de presuntos delincuentes. Sánchez aguantó con todo y lo hizo por nosotros, por los españoles, aunque, en honor a la verdad, el propio Sánchez reconoció que no convocaba elecciones porque “ganaría la derecha” y, para eso, era mejor no convocar, seguramente era mejor para él, pero en su inmensa generosidad se autoconvenció de que lo hacía por nosotros.
Podríamos seguir con este relato horas y horas porque las contradicciones del presidente se cuentan por cientos, pero su último sacrificio, quizá el de mayor valor, es despertarse cada día en el Palacio de la Moncloa. Piensen ustedes que aquel que busca el enfrentamiento entre españoles, que vive sembrando el odio y reverdeciendo una contienda civil que los españoles dimos por superada con la transición, utilizando el comodín de Franco cada vez que necesita una cortina de humo, ese hombre vive en un Palacio que construyó Franco entre 1949 y 1954. Fue construido sobre las ruinas del Real Sitio de Moncloa, que quedó destruido tras la guerra civil y que inauguró el propio Francisco Franco. Allí vive, a cuerpo de rey, el presidente Sánchez, su familia y, a veces, su investigado hermano David. ¡Cuánto sufrimiento! Y lo hace por nosotros y, aún encima, no se lo agradecemos. Y digo yo que si de estigmatizar edificios podría empezar por los que se construyeron bajo el mando del anterior jefe del Estado y no por la Casa de Correos que tiene unos cientos de años.
Ha utilizado tantas veces el fantasma de Franco que muchos jóvenes han querido interesarse por aquella época. El otro día, en una charla con universitarios, uno me preguntó cómo era posible que en el franquismo sus abuelos pudieron comprar una casa y una segunda vivienda en su aldea, cuando las hipotecas estaban al 20% y hoy, que están al 3%, los jóvenes no pueden comprar ni un trastero. Otro me comentó que si era verdad que Franco había construido diez millones de viviendas sociales y no lo pude negar. Y otro pedía una reflexión del por qué del crecimiento de los partidos de derecha dura y le dije que, a esa pregunta debía de responderle el propio Sánchez que parece querer alimentar la polarización tanto que se le fue la mano. Pero, todo esto, no lo duden, Sánchez lo hace por nosotros.
