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Mira que escribe bien Rafa Cabeleira. En casa nos gusta. Leemos sus columnas. Y en la última, titulada Genios, planteaba una pregunta a la que me veo en la obligación de responder.

Cabeleira hablaba de las altas capacidades como una moda imparable. Porque, claro, hay toda una generación de padres, convencidos de haber parido a la reencarnación del mismísimo Einstein, que confunden la curiosidad con un don divino y cualquier logro acorde al desarrollo de su descendencia con señales inequívocas de que su prole, un día no muy lejano, quizá antes de terminar la Primaria, obtendrá una beca de la NASA.

Debe de ser que el narcisismo parental ha evolucionado: ya no basta con tener hijos con ojos azules; ahora tienen que ser los más listos. Y si no lo son, se fuerza. Dice el autor de la columna que basta con que un chaval pegue cuatro bocinazos a una flauta o aprenda a sumar 2 + 2 para que la familia entera se declare “altamente capacitada por extensión genética”.

El resultado es una epidemia de prodigios, fruto –dice– de la soberbia de sus padres. Lo que le lleva a preguntarse cómo es posible que haya tantos niños por encima de la media si todos ellos computan para el cálculo.

Dejaré al margen la falacia que esconde la pregunta. Bueno, no. La trampa está en confundir la media con el molde. La inteligencia, como la altura o el sentido del humor, se distribuye; no se reparte a partes iguales. La media, querido Rafa, no es un muro: es una curva. Y en los extremos, por definición, siempre hay alguien.

Las AA.CC. –que son una condición neurocognitiva reconocida por la comunidad científica y por la ley– son un paraguas que incluye al 10% de la población que presenta precocidad, talento simple, talentos complejos o superdotación.

En Galicia, con casi 225.000 estudiantes de Primaria y Secundaria, habrá unos 22.500 alumnos con AA.CC. solo en las etapas educativas obligatorias. ¿Y sabes cuántos se identifican? El 0,8%. Es decir, 1.800.

Así que quedan 20.700 niños sin etiqueta, como a ti te gusta —aunque sea un problema. Y no porque no les corresponda, sino porque falta mirada.

En los 10 años que llevo en ASAC (Asociación de Altas Capacidades de Galicia), incluidos los 5 que he sido su secretaria, no me he encontrado con padres que presuman de las genialidades de sus retoños. Menos aún si la proeza es decir tres palabras en inglés. Y mucho menos todavía si el don consiste en agredir a alguien o cometer actos vandálicos.

Reconozco que el hecho de que no me haya cruzado con ellos no quiere decir que no existan. Gilipollas hay en todos los colectivos. Pero sí me atrevo a asegurar que la mayoría de los padres de niños con AA.CC. sabemos que hay que educar y lo hacemos en valores como el respeto, la humildad y la aceptación de la diferencia.

Sí he coincidido con padres preocupados porque su hijo se siente raro. ¿Sabes lo que pasa? Que cuando una niña de 8 años se pone a hablarles a sus compañeros del Trastorno de Identidad Disociativo, o de las enanas blancas, o de la superposición cuántica, se burlan de ella. Y no pasa nada; está bien visto mofarse de la que prefiere leer poesía a hacer la voltereta lateral. Mola más hablar de Ibai que entender a Kafka.

Si encima, la niña tiene una acentuada disincronía entre lo cognitivo y lo emocional y un amplio sentido de la justicia, aspectos muy comunes dentro de las AA.CC., sufre. Pero a quién le importa. Si al final, la culpa será de sus padres, por no ponerle puertas al campo de sus inquietudes.

Rafa, no todos los niños con altas capacidades son genios. Ni tienen que serlo. Pero los hay. Y muchos, sobre todo muchas, se esconden para encajar. Se disfrazan de normalidad. Viven disimulando la rapidez mental, el vocabulario, ocultando los libros que leen…

Y yo les admiro. A ellos y a sus padres. Por sobrevivir a un sistema que no los ve y a una sociedad que los desprecia. Por eso he pensado que ellos también se merecían su artículo.