Infantes y gusiluces
La benévola curvatura de la inocencia ha sido sustituida por la exasperante rectitud del odio. Las razones de esta deriva son archiconocidas; la percepción del saqueo es nítida, meridiana la necesidad de denunciarla. Sin embargo, no nos cabe la rebeldía, solo la rabia. Pero ¿cómo y contra quién encauzarla? Solo nos cabe amarrarnos firmes a nuestro polo de odio, alejándolo lo más posible de la razón.
El canal por el que llegan a nosotros, como sociedad, las razones para hacerlo son primordialmente las tertulias y los tertulianos. Bocas y casas de las nuevas ideologías y sus viejas formas.
En una sociedad formada no debería ser la víscera donde cristaliza la razón, en este caso el odio, pero ¿para qué engañarnos? no se puede odiar en el plural, sino en el singular.
Los tertulianos son seres de hoy sin rostros en lo ético de ayer. Hombres al servicio del mejor postor, capaces de justificar lo injustificable, sin alterarse. Y por ser así, incorregibles, cabe solo buscar en el arcano de la IA y la alta nanotecnología para injertar en sus entrañas un elemento de ternura, que no de conciencia, capaz de alertarnos de su descaro con la ternura de una luz dulce y parpadeante que se encendiera mansa al ritmo del descaro de su bravura en la mentira, sin alcanzar a ofenderlos, permitiéndoles ser así para que no sean peores. Convirtiéndolos a ellos en esos amables gusiluces que velan nuestros sueños y a nosotros en velados infantes.
