¡Chínchate, Trump!
Reconozco que Donald Trump siempre me ha parecido, ya desde su primer mandato e incluso desde bastante antes, un personaje nefasto para la marcha del mundo. En política (y en la vida) las formas son tan importantes como el fondo, y lo menos que se puede decir de las maneras del hombre más poderoso del mundo es que son zafias, brutales, insensibles y mal, muy mal, educadas. Y ya del fondo para qué vamos a hablar. Así que comprenderá usted que me haya alegrado mucho de que no se hayan cumplido los vaticinios agoreros que le concedían de antemano el premio Nobel de la Paz a quien sí, ha influido tanto para lograr el fin de la brutalidad de Netanyahu en Gaza, pero a costa de la aniquilación de la independencia y las relativas –muy relativas, es cierto– expectativas de un futuro en libertad y bienestar en la martirizada franja.
Lo que ha hecho Trump con su ‘plan de paz’, que veremos si acaba o no en la creación de ‘resorts’ turísticos en la costa gazatí, ha sido dar una victoria a su amigo Netanyahu, un genocida de tomo y lomo, discútanse los términos semánticos como se quiera. Netanyahu merecía una corte penal internacional, no la glorificación como co-artífice de la paz ante una guerra que él no provocó –lo de Hamas fue inaceptable, claro–, pero sí intensificó e hizo cruel hasta lo indecible. Esa paz, como la que se está diseñando en Ucrania a base de que este país pierda buena parte de su territorio en favor de Rusia, poco tiene que ver con los derechos humanos y las convenciones internacionales. Es mejor, sí, esa paz que seguir con la guerra, pero no por eso vamos a dejar de denunciar los términos en los que se acuerda.
Así que, como digo, el ‘hombre de paz’, que es como Trump ha pretendido, tan maquilladamente, presentarse, se ha quedado sin su preciado Nobel, y mira que otro ‘pacifista’, Netanyahu, ha hecho lo imposible para publicitar la candidatura de su amigo el republicano norteamericano. Y, en cambio, la premiada ha sido María Corina Machado, la valerosa opositora al régimen despótico –despótico, sí– del venezolano Nicolás Maduro. Machado, mientras otros, que habían sido impulsados por el papanatismo internacional, véanse Guaidó o Edmundo González, se atemorizaban ante las posibles venganzas de Maduro, se mantuvo en pie, firme, clandestina a veces, en primer plano otras, siendo el único símbolo válido de la tenue oposición venezolana que, en el fondo, ha ido permitiendo la perpetuación del bolivarianismo.
Comprenderá usted que, entre Corina, a la que tuve la suerte de conocer hace años fugazmente en un encuentro masivo, y Trump, a quien no conocemos sino por sus hechos, y con eso basta para calificarlo, no hay elección: el comité noruego que organiza este premio ha acertado. Hubiese sido un escándalo mayúsculo seleccionar a alguien como Trump, como ya lo fue, en su día, la designación de Obama, y mira que hay distancia entre aquel digno mandatario norteamericano y este.
A doña Corina hay que apoyarla. A Trump, temerle. No porque haya decidido que a España haya que echarla de la OTAN –ni siquiera él tiene la potestad, al menos legal, para hacerlo, como no tiene el suficiente poder para amañar que le regalen el Nobel–, sino porque es un peligro constante, con sus vaivenes, sus desequilibrios, su fanatismo, su feroz egoísmo, su ignorancia, para la humanidad. Sé que el revés sufrido con el Nobel no curará su infinita soberbia –dirá que la concesión a Machado ha sido tramposa–, pero, al menos, supongo que le habrá dado un berrinche. Y eso, para mí, qué quiere que le diga: es una buena noticia.
¡Chínchate, Trump!
