La ópera mola
Me gusta la ópera. Lo confieso. Culpa en parte de Pilar Miró. Los que me conocen saben la historia: Cuando Pilar Miró era directora de RTVE, cuando la televisión era algo serio y no como ahora un gallinero de telachupo.com (perdonen la osadía), gallos adolescentes desafinando en concursos y entes semidesnudos en una isla en la que adelgazan sin Ozempic por tener que pescar y cazar como el hombre primigenio, pues eso, cuando Miró era directora de la tele (y se compró un montón de ropa a cargo del erario público, ahora se hubiese comprado el Palacio de Oriente) se le dio por poner ópera en la 2. La 2 era la tele culta, la tele rara, con programas de caza y pesca, Jara y sedal, misas, conciertos, señores recorriendo los pueblos de España con una mochila y sobre todo, Ópera. Ópera desde el Metropolitan de Nueva York, ni más ni menos. Cuando me empezó a gustar la ópera mis padres creyeron que estaba en una secta y me querían llevar al psicólogo. Pero esa es otra historia.
Odio los montajes modernos por lo general. El mundo woke y el ego desmesurado de los directores de escena crean verdaderos monstruos. A los que nos gusta la ópera nos gusta ese pasado que se proyecta al futuro, no el futuro que no cuadra con el pasado. Una “Boheme” en la estación espacial pues no cuadra, señores horteras, no cuadra porque no hay astronautas ni cosmonautas con tuberculosis, no hay coquetas que quieren recuperar a su novio pintor ni filósofos con melena y barba que se someten a la peluquería. La reconstrucción fallida de la ficción empezó en la ópera, amigos lectores, siguió en el teatro y luego acabó en Netflix con Ana Bolena de Wakanda.
‘Tosca’ es una ópera, sin embargo, que suele aceptar la modernización. Fundamentalmente porque Puccini creó el primer thriller en un escenario musical. ‘Tosca’ habla del arte, de la juventud, de la belleza, de la libertad y de los regímenes totalitarios. “Tosca” se desarrolla en unas horas determinadas y en unos escenarios determinados. En realidad la ópera tendría que titularse ‘Scarpia’ porque es el villano el que domina todo el libreto, la acción, el pasado, el presente y el futuro de los protagonistas. Se podría decir que es un jardín con flores y frutos con un subterráneo oscuro y pútrido. En los cines de los Cantones pusieron ‘Tosca’ y menos mal que nos apuramos las adictas para pillar entradas porque estaban casi todas vendidas. Tengo que reconocer que la disfruté a pesar de ser un montaje moderno. “A veces hay que darle una vuelta a lo que has visto muchas veces para entender cosas nuevas” dijo una de mis amigas adictas. Scarpia es un fascista, pero también un comunista, Scarpia puede ser un personaje cercano a Torrente, pero también a Drácula. Puede ser un baboso sudado o un seductor sádico como el Hannibal Lecter de Mads Mikkelsen. En esta ocasión era una mezcla entre varios ministros y concejales de diversos partidos italianos y españoles con su despacho robado al fascismo romano y su cámara con ejecuciones en directo, su pañuelo y su triste intento de tener una erección (perdón otra vez, amigos lectores). Es una visión de Scarpia muy moderna, triste y adecuada. Porque nos dice el mundo en el que estamos. Un mundo en el que los políticos y los funcionarios ni siquiera necesitan morbo para poseer a una diva de la ópera y ajusticiar a su guapo novio pintor. Lo hacen porque toca.
Eso nunca hubiese pasado con Pilar Miró. Ella dirigió al mejor Scarpia de la historia, Ruggero Raimondi, en el Teatro Real de Madrid, y yo estuve allí. Ruggero cumple años estos días, así que aprovecho para desearle auguri. Scarpia siempre nos va a enseñar el villano de nuestros tiempos. Escuchen ‘Tosca’. Vean ópera.
