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Fabiola Fraga, la sonrisa que refleja el alma humana de A Mundiña

Fabiola Fraga, parte esencial del equipo de A Mundiña
Fabiola Fraga, parte esencial del equipo de A Mundiña

En A Mundiña, cada plato cuenta una historia del océano. Pero hay otra historia, menos visible e igual de esencial, que se escribe cada día entre mesas, bandejas y miradas. Es la historia de quienes hacen posible que la experiencia sea algo más que una comida: una sensación de hogar.

Entre ellos, una figura brilla con especial calidez. Su nombre es Fabiola Fraga, y su sonrisa se ha convertido en una de las señas de identidad de la casa.

Llegó desde Venezuela seis meses antes de la pandemia, con una mochila llena de ganas y una meta sencilla: construir una vida mejor. “Entré en el grupo Amicalia en la extinguida Caseta de Aurora con muy poca experiencia en hostelería. No sabía nada de vinos ni de cocina gallega, pero tenía muchas ganas de hacerlo bien y de ganarme la vida”, recuerda.

Empezó como runner, el primer peldaño de una escalera que ha subido paso a paso. En un equipo grande y exigente, Fabiola aprendió observando, preguntando, moviéndose sin descanso. “Seguía a los compañeros más veteranos para aprender de ellos, preguntaba mucho y nunca paraba. Siempre estaba en movimiento”, dice con una sonrisa.

Su energía y compromiso no pasaron desapercibidos. En poco tiempo, alguien vio en ella un talento que iba más allá del esfuerzo. Le ofrecieron un nuevo reto: incorporarse al equipo de A Mundiña. “Debo confesar que al principio dudé. Era un sitio que me imponía mucho: el producto, el nivel del restaurante, el tipo de cliente… Pero agradezco profundamente la confianza de Jesús por verme el potencial y animarme a asumir nuevos retos”, admite.

En A Mundiña, el trabajo en equipo es la clave
En A Mundiña, el trabajo en equipo es la clave

Hoy, aquella oportunidad se ha transformado en una historia de crecimiento y orgullo compartido. “Además de todo lo que he aprendido sobre pescados, mariscos y vinos, lo que más me llena es cuando la gente me pregunta dónde trabajo y, al decir que en A Mundiña, les cambia la cara. Reconocen el nombre, la historia, la calidad. Es una institución dentro y fuera de la ciudad, y formar parte de eso me hace feliz”, añade.

Pero lo que verdaderamente define a Fabiola no es solo su aprendizaje, sino su forma de estar. Tiene la habilidad de transformar el ambiente con su carácter alegre y desenfadado. “Intento siempre sacar una sonrisa, tanto a mis compañeros como a los clientes. A veces llegan tensos o preocupados, y cuando se van sonrientes sientes que has hecho algo bien. Que no solo han comido, sino que han vivido una experiencia distinta”, cuenta.

Esa manera de entender la hospitalidad -como una mezcla de profesionalidad y cariño- refleja uno de los valores más firmes de A Mundiña: cuidar y formar a su gente para que cada persona crezca junto con la casa. En tiempos difíciles para la hostelería, donde es tan común ver a los equipos cambiar constantemente, la historia de Fabiola demuestra que apostar por las personas sigue siendo una de las claves del éxito.

A quienes hoy comienzan desde abajo, les deja un consejo sincero: “Que no tengan miedo a equivocarse ni a preguntar. Que trabajen con humildad, se dejen enseñar por los que saben y den siempre lo mejor de sí. Las oportunidades llegan, pero hay que estar dispuesto a merecerlas”,

Fabiola habla con gratitud, pero también con orgullo. Sabe que su trabajo deja huella. “Yo no solo vengo a trabajar, vengo a aportar. A cuidar los detalles, crear un buen ambiente y hacer que la gente se sienta bien. Me gusta pensar que dejo un poquito de mí en cada mesa”, concluye.

Y lo cierto es que lo consigue. Porque en A Mundiña, el sabor del mar empieza con una sonrisa. Y esa sonrisa tiene nombre propio: Fabiola.