Felicidad amarilla

Felicidad amarilla
05 AGOSTO 2007 PAGINA 43 SAN SEBASTIÁN, 02/08/07.- Una mujer pasea por la playa de La Concha de San Sebasti·n durante la puesta de sol. EFE/ Javier Echezarreta

Hoy he terminado de leer uno de los libros más bonitos de mi biblioteca: “Hygge, la felicidad en las pequeñas cosas”, escrito por Meik Wiking. Se trata de un ejemplar que cabe en la palma de una mano y la verdad es que, pensándolo bien, los libros más importantes de nuestra vida suelen ser así, sencillos, pequeños en la forma pero grandes en su contenido. Los mejores son esos que podemos, y debemos, tener en nuestra mesilla de noche para recordarnos al final del día las cosas importantes de la vida.
¿Y qué es el Hygge? Dentro de sus muchas definiciones, el autor dice que su favorita es la de “una taza de cacao a la luz de las velas”. También señala que consiste en estar con aquellos que queremos, con tener sensación de hogar, de estar protegidos del mundo, desprendidos y disfrutando de las cosas realmente importantes. Según esta obra, apoyada por datos de la Encuesta Social Europea, los daneses son los más felices de Europa y resulta que también son los que se reúnen más a menudo con su familia y amigos y se sienten en paz. La correlación es, pues, bastante clara. 
Hace unos días, hablando con mi hermana mayor me comentó que la verdad es que no íbamos muy desencaminadas en adaptar el hygge a nuestras vidas. Estoy totalmente de acuerdo con ella y cada año que pasa lo veo más claro. Se trata de más bien poco. De disfrutar de una tarde de lluvia (aquí en Galicia es, además, algo casi obligatorio por el tiempo que nos acompaña), de poder tener un buen plan en familia, de disponer de un momento para tomarse un buen té, para hornear unas galletas o de pasar un sábado entero jugando a juegos de mesa. Es así de simple, como simples se han ido haciendo nuestros gustos. Se percibe poco a poco pero de manera firme, y así se refleja también en esta filosofía de vida según Wiking. 
Por poner solo un par de ejemplos, la decoración y la forma de vestir se están adaptando a una estética más práctica, más “nórdica”, en definitiva más sencilla, lo cual está fenomenal porque nos deja un espacio libre para saborear lo que realmente importa y nos va ajustando nuestros gustos hacia lo luminoso que prescinde de lo superfluo.
¿Y dónde podemos encontrar también aquello que es más importante en nuestras vidas? Pues además de estas ideas que les acabo de contar, me ha gustado encontrar otra respuesta más en el lugar más inesperado y curioso. Ayer compré una camisa en las rebajas y en su etiqueta, un diminuto trozo de cartón, decía que gracias al tratamiento de la tela, no necesitan planchado y que de ese modo, cito literalmente, “le permitirán dedicar más tiempo a aquellas cosas realmente importantes para ustedes. A esas pequeñas cosas que, sin darnos cuenta, nos acercan a la Felicidad”. Así aparece la palabra tal cual escrita, con mayúsculas, y el mensaje es claro: a menos plancha, más oportunidades de disfrutar la vida. Hagan caso, que ya lo decía Adolfo Domínguez, “la arruga es bella”.
Y si la felicidad tuviese un color, ¿cuál sería? Muchos dicen el amarillo, que no por casualidad es uno de los primeros que aprenden los más pequeños. El sol siempre se pinta de ese tono y las flores más bonitas y llamativas también son de ese color. 
De entre los tres primarios, la ilustradora Anna Llenas elige ese mismo para representar al protagonista de su conocidísimo álbum “El Monstruo de Colores” cuando está feliz y contento. Y este era también el color por excelencia que eligió la encantadora Indara Rodríguez, que vivía en A Coruña y fue creadora de El Sofá Amarillo. Esta gran persona y madre, de alegría y creatividad desbordantes, emprendió la semana pasada su viaje al Cielo. En los últimos días las redes se llenaron de corazones amarillos con bonitas palabras que los acompañaban, justo esas redes fueron donde tuve la oportunidad de seguirla desde hace años. Tuve la suerte también de conocerla un día en Pandelino, coincidió que días antes le había presentado un proyecto por mail. Cuando le comenté en persona que era yo quien se lo había enviado me dijo que había que perseguir los sueños, que uno no sabía cuando se iban a cumplir pero que acaban haciéndose realidad. Eso fue ya hace unos cinco años, pero se me quedó grabado por esa bondad que derrochaba, y porque la vi plenamente convencida de cada una de las palabras que me decía. La última foto que publicó en uno de sus perfiles en redes sociales aparecía en un hospital mirando al mar y rodeada de su familia, de sus hijos a los que quería hasta el infinito. Cuando supe la noticia me acordé de ellos, de su marido, de su madre, sus amigos y de quien tomó esa instantánea y pensé que, de todo lo genial que ella fue capaz de crear, ese fue su mejor proyecto.
Lo importante
No importan las ojeras ni la falta de sueño, tampoco que estemos a final de mes (ya llegará el día uno), ni que venga un temporal. Lo realmente importante lo tenemos en nuestro hogar, en nuestra familia, en todos esos amigos que están a nuestro lado y en esas pequeñas cosas que nos hacen felices, porque al fin y al cabo estas son recuerdos tangibles que nos apoyan en esa felicidad inmaterial, la que es realmente buena. 
Este año he vivido que para que una boda sea bonita lo importante es que estemos todos y que para celebraciones de verdad están esas que significan tener dos cumpleaños en una misma vida. Por eso, a pesar de los pesares, de las morriñas y de los cansancios, lo importante es estar acompañados mientras nos tomamos esa taza de cacao caliente.

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