Dylan deja fría a Córdoba, mientras Gambale caldea a base de jazz el Festival

Dylan deja fría a Córdoba, mientras Gambale caldea a base de jazz el Festival
El músico Bob Dylan. EFE/Archivo

 Tarde o temprano, todo aficionado a los festivales de música se encuentra en la situación de tener que elegir entre dos artistas grandes que tocan a la misma hora, y el Festival de la Guitarra, pese a tener lugar durante 12 días y con menor aglomeración de artistas por minuto, hoy ha puesto a los amantes de la música en una difícil tesitura.

La elección estaba entre un monstruo sagrado de la música de todos los tiempos, un tal Bob Dylan que ha llegado a España dentro de una gira que ha producido en los últimos días un buen número de críticas (algo que a él le importa un pimiento) por la pobreza de su espectáculo, y un tal Frank Gambale, un genio de la guitarra, el instrumento al que, al fin y al cabo, está consagrada esta cita musical que ha alcanzado 35 ediciones con esta dicotomía.

Así las cosas, a la misma hora, a unos escasos kilómetros, Dylan y Gambale congregaban al público cordobés para una noche de música de todos los colores, aunque con genuino sabor norteamericano, puesto que, a pesar de que Gambale nació en las antípodas, ha desarrollado su carrera pegado a estrellas del jazz y el rock.

De Dylan muy poco hay que añadir que no se sepa ya. Es una leyenda viva que, aún sin necesidad, sigue grabando discos y girando por todo el mundo, con mayor o menor reconocimiento, pero suscitando entre el público la misma curiosidad que cuando era un artista emergente del Village neoyorquino, un tipo singular y extravagante que no debe nada a nadie salvo a sí mismo.

Así, con las deudas saldadas, Dylan comparecía en el escenario puntual y secundado por una banda compuesta por cinco músicos (dos guitarristas, un bajista, un baterista y un multiinstrumentista), para desplegar su cancionero inmarchitable, comenzando por "Things have changed", e incluyendo himnos como "She belongs to me" y una irreconocible "Blowing in the wind".

El problema con Dylan, y que no le ocurre a Leonard Cohen y Tom Waits (otros trovadores de voz cavernosa), es que no se esfuerza por cantar, y se limita a recitar sus geniales letras, lo que provoca una confusión que a veces logra deshacer cuando agarra su famosa armónica o se pone al piano.

La última vez que Dylan pisó Córdoba, el resultado fue el mismo, un frialdad palpable que el propio artista transmitía al público, al que, como entonces, apenas ha dedicado unas palabras, y al que ha condenado con un descanso de 20 minutos que ha alimentado el tedio.

No faltará quien diga que ha visto a un mito viviente, por supuesto, pero lo cierto es que la sensación que arroja Dylan en algunos espectadores es la de la nostalgia de un tiempo que se fue para siempre. La de recordar a un tipo que cambió para siempre el panorama de la música norteamericana y el de uno de los mejores contadores de historias que ha dado la historia reciente.

Lo que al aire libre fue frío (valga la paradoja, estamos en Córdoba), en el interior de un acondicionado Gran Teatro, fue todo lo contrario gracias al cálido recital que ha ofrecido Frank Gambale, que ha barrido (y así se llama su característica forma de tocar) el escenario con su enérgica propuesta de Jazz fusión.

Gambale, ha hecho justo lo contrario que Dylan y ha ofrecido un concierto casi íntimo, salpicado de charlas y bromas con el público, y que ha ido de más a menos para volver a subir en los bises.

El australiano ha aparecido sobre el escenario con su sombrero y su guitarra como principales señas de identidad y acompañado de un bajista, un teclista y un baterista para repasar su repertorio durante casi dos horas.

Por el camino, ha dejado un puñado de riffs y solos de guitarra brillantemente ejecutados, y sobre todo una energía y una vibración muy cercanas sobre el escenario, algo que ha llegado con facilidad al público, que casi en su totalidad, se ha ido satisfecho con haber optado por este concierto en vez de por el de Bob Dylan.

 

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