Vuelve el colegio y la tortura

Vuelve el colegio y vuelve la tortura para unos dos millones de niños españoles. En vísperas del inicio del nuevo curso escolar, preocupa, como es natural, la espantosa subida de los precios de cuanto compone el ajuar del alumnado, pero no parece preocupar tanto la violencia en las aulas y su expresión más devastadora, el acoso escolar.


Sí preocupa mucho ésto último, desde luego, a las víctimas de ese maltrato continuado que sufren de manos de algunos de sus compañeros, y a las familias de esas víctimas, pero tanto o más debería preocupar a las autoridades educativas, pues de ellas depende, de su voluntad política y de su determinación, erradicar esa lacra.


La víctima del acoso escolar tiene un perfil definido: puede ser cualquiera. Los matones de la clase, pues se puede ser matón a tan tierna edad, secundados por la turba de palmeros y jaleadores que se apuntan al linchamiento de la víctima, pues también se puede ser turba, palmero y jaleador desde chico, no se andan con remilgos al elegir al objeto de sus sevicias, exceptuando, claro, al que por su temperamento, arrojo o envergadura física pudiera responderles con un sopapo que les dejara mirando para Burela.


El matón es cobarde, pero no discrimina gran cosa el perfil de su víctima, pues para serlo basta con ser alto, bajo, delgado, rellenito, guapo, feo, inteligente, torpón, simpático, retraído, español, extranjero, refinado o algo rústico. Basta con ser, con existir, para que en el aula, que debiera ser territorio absolutamente salvífico, se desate la caza del señalado.


Pero este tormento que padece uno de cada cuatro alumnos de primaria y secundaria no pertenece al género que la dirección de tantos centros escolares le adjudica, el de las “cosas de críos”.


Se trata de un delito, de un delito muy grave, por mucho que se ejecute por menores y en combinación con la indolencia del claustro que se agazapa tras un supuesto “protocolo” que no hace sino revictimizar al agredido. La pusilanimidad, el miedo al padre matón del niño matón, la falta de un respaldo firme de la Administración en su lucha contra el “bullying”, el desaliento, la masificación, la ignorancia de los arcanos de la psicología y de la conducta infantil, se hallan, tal vez, entre las causas del escandaloso fracaso de tantos colegios ante el acoso escolar, pero es un fracaso inaceptable e inasumible.


Se vuelve al colegio, y dos millones de críos, las víctimas de acoso, no quieren volver. Unos lloran, otros se deprimen, otros somatizan el terror y enferman, otros se autolesionan o se suicidan. Mejor que no vuelvan si la ley que les obliga a volver no les garantiza ya, pero ya, su integridad moral y física.

Vuelve el colegio y la tortura

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