Tirar la comida

Ya nadie tendrá que pedir en el restaurante las sobras de su comida diciendo que son para el perro, aunque seguirá habiendo gente que crea que eso es cosa de pobres de pedir y siga mandando a la basura, casi intactos, los alimentos que ha pedido o que le han servido en exceso.


Las personas mayores, que han conocido el hambre o, cuando menos, la sencilla verdad de que desperdiciar la comida es un delito, nunca tuvieron empacho en pedir al camarero el sobrante de su menú o en guardarse el pan para la cena, pero ahora que el Gobierno ha tenido el acierto y el buen gusto, valga el pleonasmo, de legislar sobre el particular, obligando a los restaurantes a facilitar esa segunda vida de sus platos y a reducir al mínimo lo mucho que hoy arrojan a la basura, nadie podrá tener excusa para no sumarse a esa cruzada contra el derroche de alimentos y contra la idiocia social que lo genera.


A quienes, cuando chicos, enseñaron a no tirar jamás el pan, o, en caso extremo, a no tirarlo sin haberlo besado antes en señal de compunción y de respeto, han de celebrar la nueva ley punitiva contra quienes, empresas y particulares. envían a la basura montañas de alimentos en buen estado. Es cierto que aquél acto de besar el trozo de pan que a uno ya no le cabía, o que se había ensuciado en el curso del juego, evocaba el imaginario religioso del cuerpo de Cristo, pero también lo es que esa analogía es anterior, por puramente instintiva, al nacimiento de cualquier religión normativa. O dicho de otro modo: tirar el pan, la comida, conduce, sin necesidad de moverse de este mundo, al infierno.


Porque infernal es, en efecto, desperdiciar la comida que a tantos otros seres humanos les falta, por mucho que, debido a la radical injusticia de este mundo, ese pedazo de chuletón, esos calamares, esos pimientos asados o esa cola de merluza que van de la mesa al cubo de la basura, no puedan desviarse automáticamente a remediar a quienes se mueren de hambre. Sin embargo, el solo hecho de tomar conciencia de la sacralidad de los alimentos, y de ingresar por ello en las filas de las personas decentes, pudiera alentar el inicio de un cambio en las conductas que nos aleje de ese infierno.


Tirar la comida es un acto antisocial, anti ético, antieconómico y repugnante. Bien lo saben aquellos a quienes se les enseñó de chicos a besar el pan.

Tirar la comida

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