¿Qué más tiene que pasar?

Una sensación de impotencia se expande entre la ciudadanía que, desde la perplejidad, sufre toda una serie de desgracias que, aunque no causamos nosotros, nos estallan en la cara cada día. Es difícil encontrar amaneceres de esperanza, más bien nos levantamos con la incertidumbre de saber cual va a ser la desgracia del día y, así, es imposible tener un mínimo de paz y tranquilidad para ganarle el pulso a la nueva jornada. He escuchado a nuestros representantes políticos lanzarse la pregunta en todas las direcciones, ¿qué más tiene que pasar? Le preguntaba el presidente Sánchez a la oposición para que actuemos unidos frente a la adversidad, como un boomerang la pregunta se volvía hacia el presidente, ahora desde la oposición, para plantearle su dimisión. Estas batallas dialécticas tienen su reflejo en la calle en donde la paciencia está tan agotada como los bolsillos de las familias españolas. Hoy todos somos más pobres, la salvaje inflación del 10% nos mete la mano en el bolsillo y se traduce en el carro de la compra, en el café matutino, en la factura de la luz y en la gasolina que necesitamos para arrancar nuestros coches en busca de trabajo para poder pagar todas las facturas que son muchas y en crecimiento constante.


Ni somos culpables de nada ni nos merecemos esto. Se nos dijo que la globalización era una bendición y de su mano vendría el progreso, pues tengo que decirles que, si esto es el progreso, mejor que no venga. Un día nos contaron que la entrada del euro nos haría más fuertes, el mismo día en que un café dejó de costar 50 pesetas (0,34 euros) a un euro (166,386 pesetas). Nosotros paseábamos por delante de los escaparates y todo nos parecía barato, de alguna manera confundíamos pesetas y euros y nos sonaba mejor 3 euros que 500 pesetas y casi lo celebrábamos, estábamos en Europa, ¡éramos modernos!


Pero esta alegría confundida se tornó en perplejidad cuando recibimos aquella primera nómina que, en lugar de reflejar 166.000 pesetas, nos liquidaba con 1.000 euros… aquello costó más trabajo asimilarlo. Incluso durante un tiempo llegamos a protestar porque los jóvenes eran “mileuristas” y eso no les daba para vivir. Hoy hay mucha gente que vive (sobrevive) con menos y la gran mayoría de nuestros jóvenes casi celebrarían ganar esos mil euros, pero no, no consiguen ni un trabajo que les dé cierta independencia económica para iniciar una vida fuera de la casa paterna. Recuerdo que, cuando era niño, era impensable que, a los cuarenta años, un hijo viviera en casa de sus padres y a su cargo, hoy son millones los que dependen de sus padres y abuelos que, nadie sabe cómo, estiran su pensión para ayudar a sus nietos. Ahora tenemos que oír que estamos fiscalmente por debajo de los países de nuestro entorno y que hay que subir los impuestos, la comparación solo la hacen para justificar subidas porque, por ejemplo, en los países europeos no existe el impuesto de patrimonio, en España sí, pero este dato lo obvian aún a sabiendas de que es una triple imposición, injusta e impropia.


Será casualidad, pero los tres picos de inflación de la historia reciente de España se corresponden con tres presidentes socialistas, Felipe, Zapatero y el campeón de campeones Sánchez que cuando no lo justifica con la pandemia lo hace con la guerra, olvidando que, en los tan traídos países de nuestro entorno también hay pandemia y les afecta la guerra, pero la media de su inflación es la mitad que la nuestra. La calle está enfadada y empobrecida, pero guarda silencio, de momento, a la espera de unas elecciones que nunca nos tardaron tanto en llegar.

¿Qué más tiene que pasar?

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