Silencio

“Si un día Dios cae infinito/ de su infinito silencio,/ digo si cae,/ será lo infinito de su estruendo / quien gobierne nuestras vidas y conciencias. / Así será, / no tengáis, por eso, prisa por decir, / no desdeñéis el silencio, / en el ruido, los miserables se crecen / como la masa a ojos de la levadura,/ sin embargo, en el silencio se reflejan salvajes / en sus crímenes, / terribles en sus pensamientos, / seamos, pues, silencio / para que la verdad de sus actos / caiga sobre ellos y su ruido / en la medida de la más cierta de las desmedidas / que nos han sido dadas, / la divina advocación del silencio”. Sean estos versos de la poeta Loto PSeguín, quienes preludien un nuevo orden, el del silencio, porque cualquier divinidad se hace soportable y justa en la medida de su justa e impasiva capaciad de guardar silencio, jamás en su clamoroso estruendo; medida de todo apocalipsis. Ruido, siempre ruido, el de una divinidad que perdió esa estela de silencio que la mantenía incólume en su poder, el silencio: su fuerza, y nosotros, sus creadores, deberíamos conocer que el secreto de su poder y gloria reside en su capacidad de mostrarse silente.

No digo callar, ni silenciar, digo, solo, saber guardar silencio para que sea él quien nos guarde con la fortaleza de su razón y la razón de su fortaleza.

Putin y los demás tiranos merecen que los silenciemos, que los llenemos de silencio, tanto que puedan oírse en su criminal estruendo.

Silencio

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