Refugiado te doy

Frontera polaca. Una mujer y sus dos hijos acaban de llegar, entre otros, huyendo de Ucrania. Lo hacen con lo puesto. A trechos, hacinados en trenes, y a trechos, caminando a temperaturas bajo cero.


Se creen a salvo, pero pasan las horas y el abandono, el frío y el hambre van mermándoles el ánimo. A ellos se acercan personas que les proponen viajar bajo la promesa de llevarlos a un país de Europa. Esa madre, se debate entre aceptar la oferta o esperar. Se siente desamparada, qué hacer. La idea la llena de miedo, no conoce a aquellas personas: quiénes son, qué hacen allí...


Sus salvadores le hablan de los miles de kilómetros recorridos para socorrerlos, le explican que lo han hecho a expensas de sus bolsillos, que solo desean mostrarle su solidaridad. Y ella, a cambio desconfiada de ellos, teme que sus intenciones non sean buenas. El dilema la llena de vergüenza y miedo. Porqué ellos, y no las autoridades, están allí brindándole una salida. De momento, alimentos y un transporte donde huir de ese infinito desamparo. Al final, cede, la fuerza el sufrimiento de sus hijos. Se dejan conducir y se ven circulando junto a personas extrañas hacia un futuro y un destino que para ellos aún no tiene nombre.


Es ficción, sí, y aflicción, y vergüenza, la que me produce que esta Europa de los gobiernos y las instituciones no sea capaz de garantizarle un estancia digna en los campos de refugiados y una salida escalonada y segura en su exilio.

Refugiado te doy

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