La galería Xerión ofrece un amplio recorrido de varias décadas por la obra de Rafael Úbeda ( Pontevedra, 1932), artista con una trayectoria excepcional que lo ha consagrado como uno de nuestros más grandes pintores. En la muestra predominan los dibujos de figura y en ella da fe de nuevo de su maestría, tanto en la soltura del trazo como en la libertad compositiva y las armonías de color. Músico y pintor, la relación sinestésica entre ambas disciplinas se refleja en las acordadas polifonías del color y en la rítmica disposición de los planos, cuyo paradigma es la magnífica obra “Arpegios deslizantes”, en donde abstracción lírica y cubismo se aúnan en ondulantes curvaturas para viajar hacia l etéreas regiones sinfónicas donde flotan ligeras y coloreadas esferas o astros.
En cambio, en “Arpegios”, de entonaciones grises, nos deja escuchar notas más densas y profundas, más oscuras. La inspiración musical está presente también en la temática, como sucede con Trovadores, Violinista, Tenores, Concertino o Arpista, obras donde predomina la búsqueda de una expresión sintética. Una de sus características es la ductilidad expresiva para traducir sentimientos de hondo lirismo, ya sean graves, ya gozosos, como sucede con las “Tres gracias”, con el evocador paisaje “Árboles y hórreos” y con “Canción de amor” donde un hombre escucha asombrado el canto de un pájaro, al que parece haber liberado de una jaula y que es, a la vez, una hermosa alegoría de la inspiración y una encantada oda al jubiloso canto de la naturaleza . Una gran parte de sus obras, sobre todo aquellas protagonizadas por seres humanos , encajan dentro de un expresionismo sui generis, donde lo jocoso se aúna con lo grotesco, con raíces, sin duda en el irónico humor gallego, pero en el que se pueden encontrar ecos de Goya y un cierto influjo de Bacon sobre todo en aquellos donde la distorsión es mayor; son seres gesticulantes, mirones alucinados, entre risibles y tragicómicos, de grandes narices y con ojos agrandados que se desplazan de sus órbitas para contemplar la comedia de la vida: payasos, arlequines, clowns, saltimbanquis, malabaristas o simples mortales del común, como el “Fumador narigudo” cuyas terrosas carnaciones y expectante gesto se hace eco del estoicismo en nuestros paisanos. Artista multifacético, maestro de lo polimorfo y lo polifónico, domina innumerables registros y hace de la línea una abierta y sinuosa danza perfiladora, del color una vibrante orquestación de armonías y contrastes y de la fragmentación de planos superpuestos contrapuntístico juego espacial..Sus geometrías iridiscentes se abren en gráciles y rigurosas articulaciones a la poética del misterio, construyen encuentros deslumbradores y cadenciosas consonancias.
Pero, frente a esta búsqueda de lo sublime, sabe ver también ese otro lado más controvertible de la condición humana, mostrando, así, la doble faz de Jano. Todo su quehacer, como él confiesa, se orientó a buscar una “arquitectura de infinitas miradas”.