Póntela, quítatela

El descontrol en las medidas para frenar los contagios por Covid ha alcanzado esta semana su punto álgido. Solo siete días después de que el Congreso convalidara el Decreto que obligaba a llevar la mascarilla en la calle, el Gobierno de desdice, y el martes, en Consejo de Ministros, hará decaer la norma. Así que, a partir del jueves ya no tendrás que decir a próximos y extraños: “Póntela”. Por si acaso, y teniendo en cuenta que la incidencia de contagios alcanza la no desdeñable cifra de dos mil doscientos noventa y nueve casos, tampoco es recomendable aconsejar “quítatela”.


Las contradicciones más llamativas son: por un lado la ministra Darias, quien con rotundidad defendió en diciembre que la mascarilla era imprescindible porque se había llegado a más de ochocientos casos cada cien mil habitantes y que, ahora con más del doble y sin pasar por la Comisión de Salud Pública, ya no hace falta.


Y la segunda contradicción la protagonizan los responsables de Sanidad de las Comunidades Autónomas. ¿Cómo se puede pasar de pedir el cierre de interiores en zonas de riesgo, cuarentenas de los contactos o limitar reuniones, a aplaudir la retirada de las mascarillas?


Queda por ver si, después de los errores en las votaciones del polémico pleno de esta semana, sus señorías no se equivocan y derogan también la revalorización de las pensiones mínimas, que iba en el mismo paquete por una treta parlamentaria.


Expertos sanitarios defienden que las mascarillas donde realmente son imprescindibles es en interiores, donde la norma sigue exigiendo su uso y donde se ha comprobado que se producen la mayoría de los contagios.


Aún así, si están sentado en una terraza, al aire libre, y un comensal de la mesa vecina fuma, comprueben hasta dónde llega el humo que exhala y verán el riesgo de contagio que comporta. Y el hecho de que se deba llevar cuando no se pueda cumplir el metro y medio de seguridad es dejar en manos del civismo ciudadano su cumplimiento.


Al cansancio y la desmoralización por esta pandemia que se prolonga en el tiempo como un castigo o una plaga bíblica, se une el malestar de la ciudadanía ante medidas sin rigor, sin respaldo de una comité científico y al albur de intereses electorales de los responsables políticos.


Es verdad que el ritmo de contagios está bajando, que esta ola ha superado el peor momento y que descienden también los ingresos hospitalarios. Pero, una vez más, ha faltado coordinación del Estado y las Autonomías. Y también ha faltado el coraje político para tomar una serie de medidas más restrictivas que seguramente habrían impedido el altísimo número de fallecimientos.


Porque, al igual que sucediera hace un año, nos hemos acostumbrado a la cifra diaria de muertos. Este viernes, último dato conocido, eran 195 las personas que habían perdido la vida y 833 en una semana.

¿Cuantos féretros tenemos que tener ante la retina para conmovernos?

Póntela, quítatela

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