El peligro de los primos y demás familia

Cuando uno ocupa un cargo público la familia queda, como es su misión, en el ámbito de lo privado: comidas de fin de semana, fiestas de Navidad y esos veranos multitudinarios que tanto se recuerdan de la niñez. Y si se quiere hacer algún favor, siempre con dinero propio.


Ya es casualidad que la presidenta de la Comunidad y el Alcalde de Madrid estén últimamente en los papeles por la intercesión de algún familiar que, con la excusa del “bien común”, ayudaron a amiguetes a lucrarse con fondos públicos.


En el caso de Ayuso, fue su hermano quien se llevó una comisión por presentar al “conseguidor” de mascarillas. De confirmarse el montante del premio que recibió por la gestión va a quedar como un pardillo, comparado con los dos jóvenes de alta cuna y baja cama que han expoliado al Ayuntamiento madrileño.


De momento, no hay noticias de que el primo de Almeida haya cobrado por presentar a los dos comisionistas al responsable municipal que, sin comprobar la calidad de la oferta ni la capacitación de los dos “recomendados”, les concedió un contrato de más de doce millones de euros. Y ahí está el problema. Por más que el alcalde se rasgue las vestiduras y jure que él no habló con su primo, que no sabía nada, y que el estafado ha sido el Ayuntamiento.


No, no se equivoque, los estafados han sido los madrileños que, con sus impuestos, han pagado los caprichos de un par de personajes de la jet set, de inauguraciones y saraos de la “gente bien”, expertos en vivir del cuento, y que se saltaron todos los filtros por sus amistades con el poder.


Si el Ayuntamiento, presidido por Almeida, hubiera hecho bien su inexcusable obligación de control, nunca se habría autorizado una operación que tenía un sobre coste de más del doble de su precio en comisiones y que, encima, no ofrecía la menor garantía de calidad. De hecho, la mitad del material resultó defectuoso.


¿Hubieran actuado con la misma frivolidad si el dinero hubiera sido suyo? El problema no es que dos pícaros quieran aprovecharse de un tiempo de fatalidad; el verdadero problema es que la administración ponga en juego el dinero público con los amiguetes. Y, además, conviene recordar que ese material se compró para policías, bomberos y el resto de personal que, en los días peores de la pandemia, seguían en la calle ayudando en un confinamiento que ellos no pudieron permitirse.


Lo de menos es que los pícaros se gastaran el dinero, que con tanta prodigalidad les regalo la sede de Cibeles, en coches de lujo, relojes caros o veleros. Lo importante es que, precisamente en esos días, los bomberos, por poner un ejemplo, tenían que entrar en las residencias de ancianos a recoger decenas de cadáveres que sus familias no podían ni enterrar. Lo peor es la sensación de inseguridad que le queda al ciudadano del destino final de sus impuestos, al albur de los enchufes de familiares y amiguetes.


Almeida tiene muchas explicaciones pendientes.

El peligro de los primos y demás familia

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