Nadie cree a Sánchez

Este jueves volvimos a ver a un independentismo crecido gracias a “Pegasus” y a un Gobierno acorralado que adopta actitudes complacientes frente a las exigencias que, bajo amenaza de romper el pedestal de Sánchez, formulan sus propios compañeros de viaje.


El presidente agitó el fantasma de la derecha-ultraderecha como hipótesis de poder en un nuevo debate sobre el estado de la nación. Esta vez, por cuenta del espionaje a dirigentes políticos y sociales del secesionismo catalán. Pero la llamada “alerta antifascista” no sirvió para apuntalar las alianzas que aún le mantienen en la Moncloa.


Aunque se trataba de explicar la trastienda del caso, la comparecencia de Sánchez se convirtió en un ataque inclemente al PP. Quiso hacer méritos ante sus aliados nacionalistas y plurinacionales, con la esperanza de que se sumarían a la ofensiva contra el partido de Feijóo en asuntos de corrupción y “policías patrióticas”.


Sus aliados no picaron en ese anzuelo. “Si cree que nos ha tranquilizado, se equivoca”, dijo Aitor Esteban (PNV). Ese mismo sentir fueron expresando, uno por uno, los portavoces de los partidos independentistas catalanes, vascos y gallegos, así como el propio socio de coalición (Podemos). Todos tuvieron que recordarle cuál era el objeto de la sesión.


Las explicaciones de Sánchez les habían dejado con la cabeza caliente y los pies fríos respecto a las intervenciones telefónicas (de naturaleza “política”, según ellos), llevadas a cabo por un servicio del Estado. Ninguno de ellos se privó de señalar unos niveles de responsabilidad superiores a los de Paz Esteban, la directora del CNI destituida por Sánchez con la esperanza de que ese cese calmaría las apremiantes exigencias de responsabilidad formuladas por los afectados en el espionaje.


Si descontamos, por supuesto, el malestar de la portavoz del PP, Cuca Gamarra, que al fin y al cabo ejerció su papel como representante parlamentario del primer partido de la oposición, la resultante de la sesión del jueves es que nadie creyó a Pedro Sánchez. Que no lo hiciera el PP era previsible. Al igual que Ciudadanos, que tronó por boca de Inés Arrimadas: “Señor Sánchez, usted se ha convertido en una bola de demolición de las instituciones del Estado”.


Lógico. Con eso ya contaban en la Moncloa. Lo reseñable es que no le creyeron ni sus propios aliados. Su discurso, muy obsequioso con ellos, cayó en saco roto. De nada le sirvió anunciar que se reforzaran los controles sobre los servicios secretos y se reformará la vieja ley de secretos oficiales.


Sus amigos siguen creyéndole el máximo responsable de lo ocurrido. Gabriel Rufián (ERC) incluso llegó a acusarle de tratar al presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, como un peligroso terrorista.

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