Hoy hace dos años

Cuando, hace exactamente dos años, comenzó nuestro confinamiento, ignorábamos que íbamos, en estos veinticuatro meses, a contemplar cosas que jamás en nuestras vidas habíamos visto. Siempre cito los ejemplos del tipo vestido de búfalo poniendo los pies sobre la mesa del presidente del Senado norteamericano, o los esquiadores en la Puerta del Sol. Pero ha habido imágenes mucho más dolorosas: los ataúdes en el palacio de hielo madrileño, que generaron una enorme polémica periodística sobre si se debían publicar o no. Lo mismo que está empezando a ocurrir ahora con la guerra de Ucrania: ¿han de difundirse esas escenas terribles de sufrimiento, de devastación, esos cuerpos amontonados en las morgues? Putin piensa que no. Yo creo que solo la verdad nos hace libres. Han pasado dos años de imágenes que nos gustaría no volver a ver.


Ha tenido que salir una valiente, colándose en el estudio de la televisión oficial rusa tras la mentirosa locutora-funcionaria que silenciaba la existencia del conflicto, para decirles a los rusos que sí, que hay una guerra. “No War”, decía el cartel que irrumpió tras el busto parlante. Conseguir una buena imagen a veces cuesta una vida, como la del periodista Brent Renaud, que trataba de transmitirnos el sufrimiento impuesto por la brutalidad a tantos seres humanos. A veces, publicar una imagen te cuesta solamente un despido. O la cárcel, como a la rusa heroica. O te cuesta la fama.


Si tuviese que hacer una selección de las fotografías que he visto y que nunca quisiera volver a ver me hallaría ante una situación angustiosa: casi todo ha sido nuevo, como las palabras que hemos ido acumulando durante la pandemia: ‘desescalada’, ‘antígenos’, ‘resiliencia’, ‘distópico’, seguramente estaban ahí, pero de pronto hubo que desempolvarlas ante nuevas realidades. Algunas veces, para disimular esas desagradables realidades, la peor de las ‘fake news’ es la palabra que edulcora, distrae, la verdad. Los gobiernos saben mucho de eso.


Pero en otras ocasiones me pregunto si deberíamos utilizar con tanta liberalidad términos como ‘tercera guerra mundial’; no sé si conviene acostumbrarse al concepto. Es lo primero que le preguntaron a Pedro Sánchez cuando, en la noche del lunes, se prestó a otra entrevista periodística: ‘presidente ¿estamos ante la tercera guerra mundial?’. Sánchez estuvo cauto en la respuesta. Y es que en tiempos como este hay que ser muy cuidadoso con lo que se dice, porque la obligación de quienes nos dedicamos a la información es difundirlo, y corremos el riesgo de que todo se malinterprete. O de que se interprete como tragedia o como farsa, decía Marx.


Hoy hace dos años, Juan Carlos I aún estaba en España, pero ya habían comenzado a empujarle hacia su voluntario exilio -no, este no es el término jurídico, lo sé; pero entonces ¿cuál?--, Pablo Iglesias aún era vicepresidente del Gobierno de España y Trump presidente de la nación más poderosa del mundo. Lo digo así, desordenadamente, para ilustrar lo que ha tenido de confusa nuestra existencia en estas noventa y seis semanas que, por supuesto, han cambiado el mundo. Y nos han transformado a nosotros. Solo en nuestras manos está que, como decía Einstein, de la crisis surjan oportunidades inéditas, que estaban ahí, agazapadas. Pero Einstein también dijo que, tras la tercera guerra mundial, haríamos la cuarta con palos y piedras. Creo que hoy, en suma, es una jornada que debemos dedicar a la meditación sobre a dónde encaminar esta vida que nos cambiaron de golpe hace dos años, solo dos años, nada menos.

Hoy hace dos años

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