Y ¿para esto hemos esperado siete años?

Temo que nada hemos aprendido. Seguir la primera jornada del debate parlamentario sobre el estado de la nación nos convenció de que nada han aprendido nuestras fuerzas políticas -y mira que han cambiado los rostros, pero por lo visto no las ideas- de la enorme crisis política que España ha vivido, está viviendo, desde 2015. Pedro Sánchez actuó en Pedro Sánchez, sacando unos conejos de la chistera que resultaron electrizantes, sobre todo para las eléctricas: el debate se reflejó en las malas cotizaciones de bancos y eléctricas, para las que se prometen nuevas e importantes tasas impositivas.
 

Y el PP no era el de Feijoo, silente en su escaño prestado, sino también el PP de siempre: el de las descalificaciones genéricas, las descripciones catastrofistas de sal gorda.
 

Uno se queda con la sensación de que, si nada se ha avanzado, más valdría no mostrarlo y seguir sin celebrar este debate, la más importante comparecencia parlamentaria, del que teóricamente debe salir una serie de resoluciones (que, por cierto, casi nunca se cumplen). Diálogo de sordos, ya lo teníamos; el ‘y tú más’, ya estaba lo suficientemente asentado en el cuerpo político como para ahora renovarlo; el ‘yo lo hago todo bien y tú todo mal’, era una constante arraigada que no había por qué revitalizar. Sacar a pasear a ETA -¡y a Franco!- nos sitúa en el cuaternario superior.
 

Las medidas anunciadas por Sánchez no necesitaban de este triste acto parlamentario para salir al éter. Ahora exigiremos cumplimientos. Aunque, más probablemente, este debate, el jueves, con lo que ese día se va a aprobar en la Cámara Baja, un auténtico atentado contra el poder judicial, quede de inmediato olvidado. En España, un acontecimiento vergonzoso tapa al bochorno de la jornada anterior suscitado por otro hecho político lamentable.
 

Siete años sin debate sobre el estado de la nación y ¿seguimos en este intercambio de lenguajes cínicos, de argumentarios que no tienen en cuenta las ideas del contrario?. Sánchez está, me temo, irrecuperable. Pero habría sido necesario escuchar a Núñez Feijoo, reducido al mutismo, para saber si es, en efecto, y como dicen las encuestas, mejor que el presidente. 
 

De Unidas Podemos y Vox no tengo nada (bueno) que decir, más allá de una cierta esperanza en la plataforma, hoy aún inexistente, de Yolanda Díaz. Los nacionalistas actuaron en modo nacionalista, como no podía ser de otro modo. Y ‘los pequeños’, a lo suyo, como siempre, con excepciones magníficas como la de Ana Oramas, o desgarradamente sinceras, como Joan Baldoví.

Y ¿para esto hemos esperado siete años?

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