Fernando Villena, en la Fundación CIEC

Coincidiendo con el centenario de la inauguración de la Casa Núñez de Betanzos ( hoy Centro Internacional de la Estampa Contemporánea, gracias a la generosa creación de su heredero Jesús Núñez), su sala de exposiciones ofrece una muestra de grabados de Fernando Villena ( Bilbao, 1974); este artista, a su licenciatura en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, une estudios en Nueva York en la School of Visual Arts, un máster de pintura y numerosos talleres. Aparte de su importante trayectoria expositiva en España, su obra ha sido mostrada en Puerto Rico, Austria, Los Ángeles, Méjico, California o Nueva York, ha recibido también importantes becas y premios. Los grabados que presenta en el Ciec son monotipos ( obra única, no seriada), realizados sobre planchas de acetato, con diversas técnicas y estampaciones superpuestas; de este modo establece  un diálogo abstracto entre formas geométricas e informales, componiendo campos  espaciales  que enfrentan lo estático con lo dinámico y creando un variado juego de contrastes entre lo luminoso y lo oscuro, lo abierto y lo cerrado, lo liso y lo mudable, lo luminoso y lo oscuro, lo interior y lo exterior, lo quieto y lo móvil, lo orgánico y lo inorgánico, lo solapado u oculto y lo visible. Todo ello abre una serie de ricas sugerencias que convierten sus obras en  zonas de tránsito hacia pasajes desconocidos. Se trata, pues, de ámbitos polimorfos que transgreden  fronteras, de ritos de paso de los escenarios habituales a aquellos en los que aguardan sorpresas, pues - como él mismo confiesa- sus continuos viajes le permitieron superar las limitaciones geográficas y establecer interconexiones enriquecedoras entre distintos países. 
 

El arte, en realidad, es eso: una forma de derribar fronteras y de abrir caminos insospechados; rutas que apuntan como flechas  en escorzo; planos flotantes que parecen volar como alas; rasgados cortinajes negros, tras los cuales aguarda un luminoso espacio blanco; formas que recuerdan matas vegetales  enfrentadas a esquinas mudas y quietas; rayadas ráfagas que pueden imitar los arrastres del viento o ser metáforas de inquietas emociones. Él habla también de una inmersión en su espacio vital, en su entorno conocido, en esa aproximación a lo cercano, a  que obligó la etapa de la pandemia. 
 

Pese a la emoción implícita que, a veces, se tiñe de rosa, o se solapa como un rincón encendido tras arborescentes sombras o deja flotando en el aire un bulbo rojo como para sugerir las cosas de corazón, predomina en sus grabados la serenidad compositiva, y un cuidadoso orden de los planos. Hay que destacar también el bien temperado cromatismo que se ve en el dominio de los colores complementarios, en su justa saturación, como ocurre con la obra en que un pequeño plano trapezoide de color amarillo claro parece salir, junto a otro morado, de un gran espacio malva. Podemos, pues, afirmar que la obra de F. Villena transmite el contenido encanto de quien sabe conjugar la visión reflexiva  con las sugerencias poéticas de un lirismo abierto a la ensoñación.

Fernando Villena, en la Fundación CIEC

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