Las encuestas del CIS

Tengo mucha fe en las encuestas diseñadas para conocer el “estado de ánimo” de los ciudadanos: cuales son los problemas que les preocupan, qué piensan de la situación política, como ven el estado de la economía y sus perspectivas de futuro y muchas otras cuestiones que se pueden averiguar mediante estos estudios.


Las respuestas obtenidas son una valiosa e imprescindible fuente de información para que gobiernos y administraciones públicas, empresas y agentes sociales, profesionales y familias puedan tomar mejores decisiones en la gestión pública y empresarial y en el ámbito profesional y familiar. Hace unos años el Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) era la encuesta más fiable para conocer “la moral de la sociedad”: los problemas colectivos e individuales, la percepción sobre la situación política y económica del país y de las familias y otras preocupaciones de los españoles. Cuando se adentraba en las estimaciones de voto también se aproximaba a los resultados finales de los comicios, pese a las dificultades que presentan esos pronósticos. El Barómetro ofrecía un retrato bastante acertado de la realidad de la sociedad española y sus diagnósticos nos ayudaban y enriquecían a todos.


Empleo el tiempo verbal en pasado porque desde que está al frente de ese organismo un destacado militante socialista, el CIS ya no es un referente, ya no goza de credibilidad y prestigio y sus estudios dejaron de ser fiables para extraer conclusiones. Por eso, el último Barómetro publicado el 23 de febrero pasó sin pena ni gloria porque existe la sospecha fundada de que esas encuestas están muy “cocinadas” para recoger opiniones favorables al Gobierno y orientar el voto de los electores hacia el partido en el que milita su máximo responsable.


El último “servicio” prestado a los suyos fue el sondeo previo a las elecciones en Castilla y León que ni siquiera se aproximó al resultado obtenido por ninguno de los cinco grandes partidos, a pesar de jugar con una horquilla muy amplia de resultados. Las predicciones de aquella encuesta pretendían animar a las huestes de la izquierda, desanimar a los votantes de la derecha y buscaban inclinar el voto de muchos electores indecisos.


Esta grosera manipulación de un organismo como el CIS es tan antidemocrática como lamentable es su descrédito en un país que quiere ser una democracia plena. Eso justificaría su cierre porque, además de costar un dineral, también representa una deshonra a la propia democracia y una burla a los ciudadanos. No alcanzo a comprender por qué el presidente del Gobierno, que tanto habla de regeneración de las instituciones, mantiene al CIS en una situación tan desprestigiada.

Las encuestas del CIS

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