Elecciones y espejismos

En el corazón de las más inhóspitas regiones se abren, floridos de esperanza, los oasis. Espacios en los que se rompe la monótona cadencia de sol y arena que doblega a hombres y bestias, y hallan estos un remanso de agua y vegetación que les permite renovarse física y mentalmente, y, en esa fortaleza, ser capaces de regresar a la dureza de la ruta en la procura de su destino.


A ese espacio real y amable se contrapone la no menos amable pero engañosa recreación que de ellos hacen los espejismos. Fenómenos atmosféricos capaces de confundir al sediento viajero hasta el extremo de hacerlo perder la cordura y lanzarse, a desprecio de sus fuerzas y de sus semejantes, en alocada carrera hacia un embeleso que es producto de la refracción de la luz, la densidad del aire y su imaginación.


A la realidad se contrapone la ensoñación, y al hombre le toca interpretarla para que la quimera no aniquile la natural esencia de ese otro espacio capaz de albergarlo lejos de la mera apariencia.


En el «bioma» social de las democracias, los oasis son las elecciones. En ellas se renuevan hombres e ideas y hallamos los electores un espacio de encuentro, reflexión y esperanza. Pero como ellos no están libres de esa absurda y malvada teatralización que es el espejismo demagógico de los partidos, y en este caso, me temo que hemos decidido apostar abiertamente por él, en perjuicio de la real oportunidad de dotarnos de buenos modos y mejores gobiernos.

Elecciones y espejismos

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