Alejandro González Pascual. Galería La Marina

La galería La Marina ofrece una selección de obra de Alejandro González Pascual ( A Coruña, 1930-1993) que da fe, una vez más, de la maestría  e insuperable  virtuosismo de quien fue, sin duda, uno de nuestros más excelentes pintores. Perteneció a la generación de  extraordinarios artistas coruñeses como Urbano Lugrís, Antonio Tenreiro, Labra, Alfonso Abelenda, Lago Rivera... que durante los años 50 promovieron el espíritu de renovación y se abrieron a las corrientes de vanguardia o, incluso, fueron creadores de lenguajes de indiscutible sello personal. Este es el caso de Alejandro G. Pascual que, muy pronto, tras una breve etapa inicial, en que anduvo por los terrenos de la abstracción y del expresionismo, encontró la fuente de su inspiración en la majestuosidad geológico- cósmica de las potencias de la tierra. Así nació la serie de sus impresionantes montes, en los que con  formas muy esquemáticas o esenciales y una paleta reducida a tonos tierra y negros profundos, establece un diálogo entre la luz y las sombras y da una sobrecogedora visión de soledad  transformando el paisaje gallego  en un lugar de asombro y de misterio, una “Arcadia sombría” (en opinión de M. González Garcés). Según propia confesión, así siente él a Galicia, como fuerte y grave y no como el tópico cromo  y de ahí su austeridad cromática y formas imponentes en las que palpita un sentir telúrico y tectónico. El cuadro “Montes de Moeche” es un ejemplo significativo de esta etapa. A partir de 1974 inicia su serie de desnudos árboles  de poderosos volúmenes que se yerguen como brazos suplicantes contra fondos y de troncos cortados que, a veces, recuerdan torsos humanos y cuyas amputadas ramas semejan muñones de manos; en estas obras de aspecto antropomorfo, de las cuales hay cuatro ejemplos en la muestra, se siente latir un  sentir animista; pintados en una maravillosa  y acariciante sinfonía de grises se diría que son el pórtico hacia una etapa, que se inicia a fines del 70, en que el pathos de la naturaleza se sosiega, su paleta se aclara, su pintura se vuelve más aérea, más sutil y contemplativa y crea sobre todo bodegones e interiores.  Aunque  es la etapa donde tiene más presencia lo figurativo, nos transmite una poética del silencio en la que parece aletear un visionario numen escondido que acaricia los objetos humildes: lozas, telas, copas, manzanas... los cuales, rodeados de una luminosa calma extática, parecen a punto de tornarse inmateriales. En algunas obras combina bodegón e interior, abre  rendijas en paredes hacia espacios o habitaciones que se dijera que esconden  enigmas o que hablan de dimensiones ocultas que se anhela explorar. Una  luminosidad sosegada y una calma extática, casi sobrenatural, planea sobre sus últimas obras, de las que destacan, por su delicado cromatismo y flotante pincelada a punto de transverberar-se, unos paisajes de 1991. Dotado de exquisita sensibilidad buscó, con sereno lirismo, transfigurar lo real y abrir sus secretos ámbitos.

Alejandro González Pascual. Galería La Marina

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