La soledad de los pocos vecinos que quedan en aldeas ucranianas liberadas

La soledad de los pocos vecinos que quedan en aldeas ucranianas liberadas
Efarova Malyna Semenivta, de 60 años, en un aldea abandonada cerca del frente de batalla en Ucrania/ EFE/Esteban Biba EFE/Esteban Biba

Vive de prestado en una casa después de que la suya fuera destrozada durante los combates, sin luz, sin apenas comida y con su familia fuera de Ucrania. Malyna está sola a sus 80 años en una aldea donde se ven más militares que vecinos, donde lo que más se escucha son explosiones.


La vida de muchas personas, en su mayoría ancianos, en pequeños pueblos como Ruska Lozova, en los alrededores de la ciudad ucraniana de Járkov, se ha sumido aún más en la soledad tras casi cien días de una guerra que no se detiene en esta zona próxima a la frontera con Rusia.


"No queremos ser parte de Rusia", sentencia ante un grupo de periodistas a los que militares ucranianos muestran el vacío de estas aldeas desde que mayoría de sus residentes fueron evacuados tras comenzar la invasión rusa el pasado 24 de febrero.


Tres meses de soledad

En Ruska Lozova solo se ven carreteras solitarias, casas con la verja abierta cuyos habitantes parece que salieron a la carrera, un puente destruido a lo lejos y perros que han quedado a su suerte sin dueño.


Efarova Malyna Semenivta, su nombre completo, fue de los escasos vecinos que prefirió quedarse. Tiene problemas en la garganta, su voz es afónica y comenta que siente molestias cuando come, muchas veces tose.


"Para qué me voy a ir, soy mayor, estoy enferma, no podría estar dentro de un refugio, ya tengo problemas estando fuera", además de que se sentiría incómoda entre gente que no conoce, se lamenta.


Su marido murió hace nueve años y la casa frente a la que está sentada es de unos familiares, que cuando comenzó la guerra le dejaron que se quedara, pues en la suya es "imposible" vivir por los destrozos, sin ventanas.


Esta parte de Ucrania es escenario de combates desde que comenzó la invasión, pues aunque las Fuerzas Armadas ucranianas liberaron estas aldeas que habían sido ocupadas por los rusos, la lucha sigue, ahora cerca de la frontera con Rusia.


Cuando estuvieron bajo dominio de militares rusos los pocos civiles que permanecieron en sus casas vieron como los "ocupantes" las registraban.


A ella le dijeron que se escondiera porque venían "los banderas", un termino que alude a un movimiento nacionalista ucraniano durante la Segunda Mundial, muy controvertido, pues para unos fueron héroes y para otros unos criminales.


"Pero no tuve miedo, sabía que solo vendrían soldados ucranianos", sentencia.


"Hubo muchas explosiones, Dios mío, si supieras cuántas, no había visto algo así en mi vida", exclama.


Malyna recuerda que los rusos iban entrando casa por casa, quizás buscaban alguien escondido.


"En grupos de nueve, con armas automáticas, y chalecos antibalas, parecía que iban a un desfile", ironiza.

Vive sin electricidad desde que empezó la guerra, recogiendo agua en una pequeña presa junto al pueblo, con la comida que recibe de vez en cuando de unos voluntarios que llegan de la ciudad: carne en lata, pasta, aceite,...


Ahora solo le queda para un par de días, por lo que al recibir unas galletas como obsequio, sonríe agradecida: "hoy tengo algún dulce, que Dios os dé salud".


Te acostumbras a las bombas

Uno de los pocos residentes que se ve por las calles es Oleksiy, que al sentir el estruendo del disparo de proyectil apenas se inmuta.


Este hombre de 40 años explica que es de un tanque ucraniano que está cerca, respondiendo a otro lanzado desde el lado ruso.


Por lo que ha visto en los últimos días, los ucranianos van con unas armas nuevas, seguramente enviadas desde otros países, o eso cree.


Su rutina diaria es escuchar las explosiones, ver pasar a vehículos militares ucranianos a toda velocidad, salir alguna vez a las calles desiertas y poco más.


Oleksiy cuenta que cuando estaban los rusos se llevaban lo que querían de cada casa, en la suya un cuchillo de caza que le costó el equivalente a unos doscientos dólares.


A su entender, buscaban cualquier arma, en grupos en los que había de todo, desde militares de mediana edad a jóvenes de unos 18 años que "parecían perdidos".


Cuando estalla otro proyectil a lo lejos, advierte que "son los nuestros, pero mejor si os movéis" de la aldea.

Mientras Malyna se pregunta "cuándo termina esto". 

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