El compromiso que va pegado a un hombre con chaleco y gafas oscuras

El compromiso 
que va pegado a un hombre con chaleco 
y gafas oscuras
El artista concentra en la exposición obras de todas las etapas que siguen el mismo hilo patricia g. fraga

“Pintar es fácil, lo difícil es hacerlo bien”. Xabier Correa Corredoira ordena su carrera de pintor, que necesariamente tiene que llevar implícita el compromiso “que no todo el mundo tiene”. Dice que cuando crea no se olvida del que lo mira y que su máxima no es otra que hacer latido de corazón. Expresión pintada de azul cuando se va al mar y gesto contenido y erotismo, si vuelve a su juventud.
La Fundación Seoane se viste de él en “Os días pintados”, que se podrá ver desde el próximo viernes, de la mano del comisario David Barro, que le ayudó al artista a entenderse.
Aquí está la primera criatura. La tituló “A Tapies se le ha congelado un pie en medio de la naturaleza”. Era el año 1971 y Mon Vasco le convenció para exponer. Xabier cuenta que en ese momento “me vi en el reto de ser pintor”.
Así es que desde el “Érase una vez”, el curioso paseará por su primera etapa, donde encierra el sufrimiento en forma de cuerpo de mujer. Explica que con los años se relajó y aprendió a tomar distancia. Y de su estancia en México, de la que rescató parte de su esencia en telas que respiran de mitología y animales, la exposición abrirá paso a los autorretratos y poses femeninos, a amor y también a muerte, “que es una compañera de viaje a la que no hay que tener miedo”.
Subiendo las escaleras, siguen los años 80 en versión tela, sin bastidor. No le hace falta. A esa planta expresionista la llama “O friso das feridas” y coloca a un lado poemas de Edvard Munch y Miguel Hernández con los que comparte pensamiento: “Munch fala de que como mellor traballa é ao lado dos seus cadros”.
Y aunque los suyos son independientes, se alimentan de un mismo hilo conductor, el que le llevó a detestar a la figura humana en los 90. Antes, aúna en su friso las heridas del amor, la muerte y la vida, “a la que hay que entender”. El que formó parte del Gruporzán o Atlántica señala que “el arte es como el pan o el aire que respiras. Nosotros somos una creación artística colectiva”.
Como disciplina, el pintor que también escribe poemas cuando necesita ser concreto “y llamarle a la mesa ‘mesa’”, comenta que los artistas intentan saber con la estética cómo “estamos aquí” y en definitiva, “tratar de ser menos idiotas”, que debería ser el fin último de todos.

mar
Después de un periodo convulso, aparece el mar, “que es muy importante para mí porque es el símbolo por excelencia del espacio”. Un pretexto para poder pintar y poner formas, colores y texturas: “Para poder expresarme”. Son sus años 90.
Dice que no hay presencias humanas porque estaba cabreado con la especie y se fue al paisaje a ver qué le decía, jugando siempre con el soporte, que es una constante en su obra.
Por eso, el azul inmenso está retratado en un velo de novia o sobre una sábana dibujada: “Me gustan los soportes heterodoxos porque el material tiene algo de azaroso, llega por caminos misteriosos” como cuando recogió de la cuneta una señal y la convirtió en atlántica. Está en la exposición.

soportes
Xabier no trabaja con telas convencionales. En todo este tiempo, se las ingenió para crear dos capas con sábanas y manteles o gasas más finas. En castigar al cuadro, darle la vuelta y echar de forma arbitraria aguarras para que la pintura se vaya hacia delante y cree ella misma texturas al dente. Y es que él mismo lo dice: “Cada pintor tiene su cocina” y en la suya no hay sofrito sin toque personal.
Hay obras que apenas manipula y en otras, trabaja la base que después voltea con esta sustancia para acabarla en la segunda, más fina, llevando a la práctica la estrofa de aquella canción popular donde “unha perna tapa á outra”.
En todo caso, apunta a que todas esas cocinas tienen que remover el misterio y la vida porque la pintura tiene que bombear oxígeno y aunque el arte utilice nuevos vehículos y formas de expresar: “lo nuevo no puede suplantar a la pintura. Si ha servido desde Altamira hasta hoy...”.
Ya en la planta baja, un último apartado se adentra en lo actual, donde Correa Corredoira se reconcilia con el hombre. La sala saluda con una pieza sobre los jardines de Murillo que da pistas de lo que se puede ver dentro, donde el pincel es más fiel con lo que ve, más naturalista. El coruñés ajusta el ojo, mira mucho y recoge la realidad. La hace mentira, “una mentira que dice la verdad. Así definió al arte Picasso”.
En su remesa más reciente, está Los Naveros, en Cádiz, donde se refugia en primavera: “De allí me gusta su luz. Me refresca y allí me puedo liberar de mi país. Amo Galicia, pero Cádiz tiene cierta pirotecnia”. Xabier explica que esta tierra conecta con la vibración de los insectos y le da la receta para seguir aprendiendo de él mismo. Y ser menos idiota. En una fundación que puebla su patio con la imaginación del pintor. Son cerca de cien ejemplos de compromiso colgado a un hombre con chaleco y gafas oscuras, que no se cansa de originar vida en soportes infinitos.

El compromiso que va pegado a un hombre con chaleco y gafas oscuras

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