Un vecino del Agra do Orzán se enfrenta a unos okupas molestos

Un vecino del Agra do Orzán se enfrenta a unos okupas molestos
Ángel Manglano, en su barrio | pedro puig

Desde hace tres años, el número 16 de la calle de José Baldomir está ocupado de forma irregular, sin que nadie parezca hacer nada ante los olores y los ruidos constantes que causan molestias entre los residentes. El domingo pasado, uno de ellos, Ángel Manglano, decidió tomar cartas en el asunto y prendió fuego a un traca de petardos delante del portal, pero apartado, en la calzada. Asegura que no se arrepiente y que solo quiere descansar. “Muchos de mis vecinos tienen miedo. Unos me apoyan, y otros no”, denuncia, al tiempo que pide disculpas a los que les pueda molestar: “Por lo menos estoy tratando de hacer algo para solucionar el problema”. Ya ha presentado varias denuncias ante la Policía.
Asegura que otra persona había puesto petardos frente a la casa. Igual que fue una mano anónima la que escribió “ojo” en la acera frente al inmueble okupado. “No estoy solo. Hay vecinos que me apoyan, todos tienen ganas de que se solucione”, admite. El problema se comenta en voz baja en los comercios de la zona: “¿Escuchaste el ruido ayer a las tres de la mañana’”. El ruido de las palmas y los tacones y la música alta resulta una molestia constante. Manglano recuerda que los residentes del número 16 no son okupas: “El movimiento okupa se dedica a mejorar el entorno, estos son usurpadores de viviendas abandonadas”.
Asegura que no quiere fastidiar a nadie. Solo descansar y dormir por la noche, pero afirma que el ruido que hacen es tan grande que su casa vibra. La gota que colmó el vaso fue una fiesta el cuatro de agosto. Se celebraba el cumpleaños de un niño. A las once y pico de las noche berreó: “¡Ya está bien de fiesta!”. La réplica de una mujer, según él, fue: “Hay fiesta porque a mí me sale del coño y mañana no trabaja nadie, payo de mierda”.
“Mi arma es la palabra”
El jubilado sufrió una subida de tensión que le llevó al hospital, de donde no regresó hasta las cuatro de la madrugada. Al día siguiente, comenzaron los enfrentamientos, llegando a recibir insultos y chocarse, pero asegura que nunca les dijo que iba armado, como sostenía un okupa. “Mi arma es la palabra”, asegura.
Se celebraron más fiestas. “Pongo en duda que esta gente sea gitana, porque no tiene palabra. Son profesionales de la no inserción”, añade Manglano. El domingo pasado, a las tres de la tarde, puso la traca, y cuando salieron en su búsqueda, ya estaba en su casa. Una media docena de personas le increparon desde la calle y él les mojó con la manguera. “El jaleo de la calle es constante, tanto por la calle como por el patio”, asegura. l

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