El tramo de acera donde te persigue la conciencia

El tramo de acera donde te persigue la conciencia
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Han hecho del centro de la ciudad su terreno de caza y todos los coruñeses lo saben. Cualquiera que camine desprevenido por la plaza de Pontevedra, la calle Real, el Obelisco, o la plaza de Lugo, puede caer en sus manos. Se les distingue por las tarjetas de identificación que llevan colgados del cuello y por las carpetas que sostienen en el brazo y hay quien camina pegado a las paredes o acelera el paso para tratar de atravesar cuanto antes el tramo de acera que controlan, pero se mueven rápidamente para cortarle el paso. Sonríen encantadoramente y preguntan: ¿Tienes un minuto?”. Un momento de duda, y ya es tarde.
“Lo más difícil es conseguir que se detengan”, explica una de las representantes de ONG. Varias patrullan incansablemente la plaza de Lugo en busca de nuevos socios que quieran contribuir a ayudar a los refugiados en situaciones de catástrofes naturales o guerras, a niños que pasan hambre en el Tercero Mundo, o cualquier otra obra digna de elogio.
Todos son invariablemente jóvenes y bien parecidos, aunque aseguran que es una casualidad. “Lo importante es ser extrovertido, porque tienes que estar abordando a gente en la calle todo el rato”, mantienen las chicas de Acnur. No son voluntarias. Ninguno de los que captan socios en la calle lo es. Cobran por su trabajo, aunque tienen unos objetivos mínimos que deben cumplir  o van “a comisión”. Pero todos están de acuerdo en que su labor es muy gratificante.
“Creo que cada día que salgo a la calle puedo ayudar a la gente”, opina Ana Candame, que patrulla el otro extremo de la plaza de Lugo. Esta joven de 24 años siempre quiso trabajar en algo que “fuera bueno”, y en una ONG ha encontrado ese puesto: “A alguna gente le parece mal que cobremos. Yo creo que todo el mundo debería cobrar por su trabajo”.

insultos
Y es un trabajo duro. Llueva o haga sol, los miembros de las ONG están en la calle buscando los socios que son indispensables para conseguir el músculo financiero que permite llevar medicinas a Nepal o cavar un pozo en Senegal. Parece una buena obra que es imposible no apoyar, pero no solo se encuentran indiferencia o evasivas, sino también rechazo abierto. “A veces incluso nos insultan”, aseguran.
 El motivo no es otro que el caso de Anesvad, que tuvo lugar en 2007. Entonces se descubrió que la ONG que contaba con 160.00 socios y gestionaba 35 millones de euros al año había sido víctima de un supuesto desfalco por parte de dos directivos, que se llevaron medio millón de euros. Su presidente, José Luis Gamarra, fue detenido por la Ertzainza, lo que supuso un escándalo para una organización que hasta entonces se identificaba con la lucha contra la lepra, el sida o la explotación infantil. “Aquello nos manchó a todos –explican las trabajadoras– porque ahora la gente cree que todas las ONG son iguales”.
Así que cuando se encuentran a un socio potencial que se muestra receloso, las captadoras les explican que las organizaciones para las que trabajan tienen toda clase de controles y auditorías y páginas web donde se puede comprobar personalmente. Poco a poco, arrinconan dialécticamente a los candidatos hasta que resulta difícil decir que no. “Yo consigo hacer dos de cada diez, no obligo a nadie, solo digo lo que hacemos”, asegura Candame. Otras señalan que “es muy relativo, va con las personas”. Circula, como un récord, el dato de que alguien consiguió “hacerse ocho socios”, en un día.
“Nos encontramos a mucha gente quiere ayudar cuando ve algo por la tele, pero rara vez se animan por sí solos. Necesitan un empujoncito”, explica otra captadora. De repente, alguien pasa cerca y acelera el paso al ver a la joven, pero ella también. Finaliza el esprint y la captadora se despide con a misma sonrisa con la que le había abordado. 

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