Sin trabajo, pero con una larga jornada: de siete de la mañana a diez de la noche

Sin trabajo, pero con una larga jornada: de siete de la mañana a diez de la noche
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Cada mañana, Alejandro Fernández se levanta a las siete y no vuelve a su casa hasta las diez. Todo ese tiempo se dedica a pedir en la calle a los viandantes: “Me da apuro pedir, pero lo hago por necesidad, no para pagarme ningún vicio”. Todo empezó hace  tres años, cuando perdió su empleo como camarero en el hotel más lujoso de la ciudad, y pasó de cobrar un sueldo de 1.200 euros a no tener ningún ingreso. Cuando finalizó su prestación por desempleo, tuvo que comenzar a mendigar para no acabar en la calle.
“Mi objetivo cada mes son los 180 euros que tengo que pagar de alquiler. A veces consigo diez euros al día, otros más, otros menos”, explica. Vive en un pequeño piso en los alrededores del Pavo Real.  Durante un tiempo le ayudó un conocido, un pensionista, “pero llegó un momento en que el hombre, que también tiene su vida, me dijo que tenía que salir por mis propios medios del bache”, recuerda.
De momento, no lo ha conseguido. Su pelea diaria consiste en sobrevivir. “A veces pido aquí, en A Coruña, pero si encuentro a alguien que pueda llevarme voy a Santiago o a Ferrol y me paso todo el día allí. Me conoce muchísima gente”, asegura. Pero el prefiere moverse siempre que puede. “Ayer volví a Santiago y hoy espero poder ir a Ordes. La gente que me puede ayudar un día no siempre puede hacerlo al día siguiente, y tampoco quiero agobiar a nadie”, asegura. Así que cuando puede, se desplaza.
En todo este tiempo, ha vuelto a trabajar. “Pero siempre unas pocas horas, sin seguro, y muy mal pagado. Todavía no he encontrado nada”, se lamenta: “Yo lo que quiero es un empleo, esto no es futuro para nadie”.

sin ayudas públicas
También ha pedido ayuda a la administración, naturalmente. Incluso solicitó la Renta de Integración Social de Galicia (Risga) pero la Xunta no se la concedió precisamente porque estaba recibiendo ayuda del pensionista que conocía. “Decían que si me ayudaba, tenía la obligación de seguir haciéndolo, pero yo tampoco puedo seguir pidiéndole ayuda siempre”, señala Fernández.
Durante un tiempo, percibió otra ayuda pública, pero le acusaron de fraude por haber puesto una dirección diferente a la actual en los papeles y le obligaron a devolver hasta el último céntimo. “Me lo cogieron de mi cuenta”, recuerda, al tiempo que señala que cumplía todos los requisitos y la dirección era la única irregularidad. A pesar de todo, se consideró un fraude a la administración pública, y se encontró con que su único apoyo había desaparecido, dejándole la mendicidad como único recurso.
Este antiguo camarero se siente víctima de la crisis, como tantas miles de personas que han perdido todos con el hundimiento de la economía.  “Hay muchos que está tan mal como yo o peor”, reconoce. Gente con cargas familiares, con minusvalías, que tiene que esforzarse para llegar a fin de mes. En su caso, tiene suerte de que no haya nadie que dependa de él, porque muchas veces paga el alquiler tarde y mal. “Si no fuera por instituciones como Cáritas, no podría ni comer”, confiesa.
Pero todavía no se ha rendido. A sus 33 años, aún le queda mucha vida por delante y no quiere pasársela en la calle, “pidiendo por necesidad”, como insiste en recordar. Aunque hace tres años desde que cobró su última nómina– “en junio de 2012”, matiza– espera poder volver a tener un nuevo empleo pronto. Hace poco que llamó a Cruz Roja y el lunes concertó una cita con sus servicios sociales para que le presten orientación laboral. Espera que sea el principio de una nueva etapa.

Sin trabajo, pero con una larga jornada: de siete de la mañana a diez de la noche

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