Los tiburones que vigilan los socorristas de Riazor

Los tiburones que vigilan los socorristas de Riazor
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Son una verdadera tribu urbana, los marrajos de la arena, los tiburones de Riazor. Desde hace años se apostan en las rocas que parten la playa en la mitad y allí toman el sol y el agua, sin que nadie se atreva a disputarles su territorio. Ni siquiera el frío les hace temblar, porque ellos acuden a la cita con la playa en invierno y en verano. Incluso con lluvia. No abandonan jamás y solo se marchan cuando da la una, Antonio saca su trompeta y toca retirada. Entonces el grupo de jubilados recoge sus toallas y se van hasta el día siguiente, cuando todo vuelve a empezar a las nueve de la mañana.
 Antonio es el jefe de la banda, el presidente de su pequeña asociación. Porque los tiburones de Riazor, como se les ha dado en llamar. “Todos pagamos una cuota y él va a por los cafés y todo”, explica Mari. En realidad, todo está muy organizado: hay una zona de hombres y otra de mujeres y conversan entre ellos toda la mañana. Uno de ellos, Alfredo, también les hace las veces de monitor de gimnasia, así que también hacen ejercicio. 
“Algunos nos dicen que estamos locos cuando nos ven en el agua en invierno –comenta uno de ellos–pero lo que no se dan cuenta es que si afuera se está a cuatro grados dentro del agua se esta a 14. Dentro estas calentito”. Claro que en invierno se retiran al fondo, a la zona que limita con Las Esclavas, donde se pueden refugiar mejor del viento, pero ése es todo el terreno que ceden Mari, Esther, Manolo, la otra Mari y los demás. 
Sin embargo, no son un grupo cerrado. “Aquí puede entrar cualquiera –aseguran– el único requisito es ser buena persona”. Hay incluso bañistas más jóvenes que se suman al grupo. Pero nadie es aceptado hasta que no hablan entre ellos y se vota su admisión. 
A diez pasos frente a ellos, se encuentran los socorristas, vigilándolos estrechamente. Cuando un tiburón se mueve y se dirige al agua, comunican el peligro por radio a sus compañeros. No tanto porque vayan a comerse a nadie como porque ya van dos de sus miembros que han sufrido infartos en lo que va de verano, uno de ellos mortal, nada más tocar el agua. “Hay que meterse poco a poco, si no, te da una impersión”, señalan. Están agradecidos a los socorristas, pero éstos usan la caseta que emplean como guardarropa en invierno así que piden que, cuando acabe el verano, se la devuelvan.

Los tiburones que vigilan los socorristas de Riazor

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