El testigo ocupa el escenario del crimen

Para la mayoría de la ciudad, el asesinato de un coruñés en Monte Alto, el primero en dos años, pasó inadvertido. Fue en junio, en una casa abandonada que durante varios meses permaneció precintada por orden policial y que ahora vuelve a estar habitada por uno de los amigos del difunto, que no tiene ningún otro lugar a donde ir. El fue el primero en descubrir a su amigo. “Estaba mal, muy mal, me dijo: por favor, llámame a una ambulancia”, recuerda el marroquí en un defectuoso español.
El okupa llegó a la ciudad hace más de un año desde Barcelona, porque tenía un primo viviendo aquí. Concretamente, en el edificio donde tuvo lugar la tragedia. Sobrevivió (como sigue haciendo ahora) gracias a las ayudas de las instituciones coruñesas y ejerciendo el oficio de gorrilla. Luego su pariente le anunció que se marchaba –“se fue a mi país”–, y le preguntó si quería ocupar su piso del que, a pesar de ser ocupado, había que pagar el alquiler, porque tenía un casero que pasaba a cobrar todos los meses: “Me dijo: ‘Si quieres esta casa, habla con el gitano’”.
Este individuo, llamado Mariano, al que el testigo llama “el gitano”, vivía en el piso inferior y había sido el primero en ocupar el edificio, pero decidió mudarse al piso de arriba y alquilar el entresuelo. “50 euros”, recuerda el marroquí el precio del alquiler. A cada uno; porque eran dos ocupando el entresuelo: Miguel, un antiguo vecino de la zona de Peruleiro, con el que había hecho migas, y él.
Mariano resultó ser un individuo fuerte y grueso que bebía a menudo y que, además, también consume porros y pastillas. Además, sufría algún tipo de minusvalía por la que recibía un subsidio social. Según el marroquí, cuando estaba intoxicado, se ponía violento, gritaba y golpeaba, a Miguel, que tenía una salud delicada (de hecho, el juzgado instructor ha pedido un informe del anterior estado de salud del fallecido).
Además, la vivienda tiene electricidad porque están enganchados de manera precaria a la red, pero no tienen agua, así que debían ir a buscarla a diario a una fuente cercana, cargando después los cubos de vuelta a su domicilio, lo que para Miguel, con su precario estado de su salud, resultaba muy difícil. Entonces, poco después de que el marroquí se mudara, cuando Miguel y Mariano estaban solos, tuvo lugar el crimen.

De una paliza
El sospechoso del homicidio le confesó lo que había hecho al testigo, según cuenta este. Se lo encontró en el parque, disfrutando del aire libre, se acercó y le dijo “He pegado a Miguel”. En un principio, el marroquí no sospechaba la gravedad de la paliza que había sufrido su amigo. Creía que había sido un encontronazo pero, aun así, le recriminó su actitud: “Hombre, no tienes que pegarlo. El pobre no tiene fuerzas, lleva viviendo aquí seis meses ¿Por qué lo has hecho?”.
“Yo le pedí que me ayudara a buscar agua y no quiso”, le dijo. El sospechoso, que ahora se encuentra en la prisión de Teixeiro, le confesó también que había fumado porros. El marroquí se dirigió a su casa en compañía de dos personas, un hombre y una mujer, y descubrió a su amigo tirado en un rincón. “Estaba muy mal –repite– Le pegó con un palo”.
Cuando llegó la ambulancia les dijo a los sanitarios lo que había pasado. Murió al día siguiente. A él le llevó la Policía, para luego soltarle: “Me soltaron. Me dijeron que no podía volver de momento, que esperara”. Y eso hizo. Vive en el piso de arriba, sin entrar en el piso inferior, y espera que le salga un trabajo. Tiene cinco hijos en Marruecos y no quiere seguir de gorrilla ni vivir en la casa donde murió su amigo, pero: “Las cosas están muy mal. Es lo que hay”.

El testigo ocupa el escenario del crimen

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