Secundino Rivera sitúa al curioso entre la gran sabana y los acantilados de Ortigueira

Secundino Rivera sitúa  al curioso entre la gran sabana  y los acantilados de Ortigueira
la muestra recoge una marina de la dársena coruñesa entre los múltiples paisajes que ofrece

Secundino Rivera se fue de Galicia sin barba y volvió con una ristra de cuadros en la maleta y un estilo que se consolidó en Caracas entre la gran sabana y la gran urbe. Antes, el artista hizo escala en París, donde mejoró su técnica copiando las genialidades de Rubens y Leonardo. Desde una silla en el Louvre.

De ahí, regresó a su casa. Donde se encaprichó de un viejo molino de viento en Bares, el último de su especie. Allí fijó su estudio después de una larga y costosa restauración donde Secundino respetó la tradición y empleó los materiales de antaño. Utilizó la madera en combinación con el hierro para ponerlo a punto. “Solo le falta moler”, apuntaba.

Así es como ahora se refugia en su molino para pintar. Lo hace por temporadas porque “soy un poco de cada sitio” y reparte los días del calendario entre una orilla y la otra del charco. Sintiéndose de ambas a la vez. De esta forma, la exposición que se puede ver de él en la galería Arte Imagen hace que el espectador viaje hasta la gran Sabana, situada en la frontera con Brasil, y regrese a los acantilados de Ortigueira. Respire paz en la Dársena coruñesa y escale el monte Ávila del país suramericano: “Me siento bien cada vez que estoy en un sitio porque es la vida de uno”.

Arte Imagen ofrece una exposición de pinturas y esculturas del creador

En este sentido, asegura que ha podido seguir su vocación de artista. De forma autodidacta y a golpe de estudiar y experimentar. Para preocuparse por el color y la forma de convertirlo en luz. Que es distinta aquí y allá.

Rivera no se cansa de pintar. Cuando puede coge el coche y se va hasta O Courel, donde tiene antepasados. O retorna a la costa, que tanto le atrae para retratar una vez al mar, que es diferente al que bate en Venezuela aunque se llamen igual.

Entre risas, recuerda cuando uno de sus cuadros voló por una avenida en Caracas y fue a parar a un árbol de esta gran vía, donde se enredó entre sus ramas. Se trataba de un apocalipsis con dos desnudos: “Él solito se buscó un sitio para exhibirse”. Anécdotas así tiene miles, afirma, porque el hecho de estar a caballo entre múltiples lugares hace que el pincel coja sustancia. “Soy un místico de mi trabajo y me preocupo por mejorar”. Junto a la pintura, la muestra se alimenta también de la escultura del artista. En este caso, la impronta se personifica. Prescinde del paisaje y se detiene ante la anatomía de un caballo.

El centro de arte de la calle de Ramón y Cajal ofrece hasta el 21 de noviembre en “El color y la luz”, un poco de Secundino Rivera con lo que trasladar al espectador a distintos puntos geográficos para que respire de la luz que el artista dispara con el pincel. Y variarla según el sitio.

Secundino Rivera sitúa al curioso entre la gran sabana y los acantilados de Ortigueira

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