“Revenidas” sí, pero con sentimientos

“Revenidas” sí, pero con sentimientos
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En un día como el de ayer, las mujeres que sus amigos empeñaban en llamar “reviradas” pero que para él eran como vaivenes sobre el lienzo se vestían de luto. El autor que fue capaz de hacerlas libres se iba para siempre. Los familiares y amigos de Alberto Carpo lo despedían en un acto emotivo en el cementerio de Feáns. Y con ellos, los toreros amanerados con toquilla y hasta un Manuel Fraga sentado con mitra viajaban en la imaginación de los que conocían al pincel, que moría a los 78 años.
Nacido en León en 1936, pero coruñés de adopción, el que no dudó en pintar al político vilalbés como Velázquez retrató a Inocencio X dejaba como legado una trayectoria de impulsos, donde ninguna pieza se parecía a la otra y las series no entraban dentro de su vocabulario.
Carpo alegaba que en un mundo donde ya nadie miraba de frente, el arte también se había deshumanizado. Creador del movimiento “A Carón” en los años 70, el artista se dirigió junto a otros camaradas a los sectores más marginales de la sociedad.
Organizó talleres en Conxo, donde los internos comprobaron in situ la gestión de un cuadro a partir de una idea y el resultado fue que sus creaciones, la de los enfermos, “eran tan valiosas como las nuestras”, decía el pintor. Con esa idea de socializar a través de la impronta se fue hasta Barcelona.
Allí volvió a trabajar en hospitales psiquiátricos a través de un grupo al que llamó “Faro”. Se trataba de encender una luz como las que pintan estas construcciones en el mar. Igual que la que le venía a la cabeza y él transformaba en mujer. La que le mandaba ir por los caminos del expresionismo o ponerle a sus musas un traje transgresor o amable. Capaz de dictar poesía a la mirada del curioso. Misterio.
En este sentido, Alberto hablaba del arte como una torre de marfil. Decía que estaba hermético y que la forma en la que giraba el mundo le había hecho perder las ganas porque “no conozco a nadie que me interese conocer”. Carpo aparcaba los bártulos para siempre después de una larga enfermedad que le llevaba al hospital el pasado mes de diciembre.
De él, quedan impulsos repartidos por todo el mundo. De lo que respiró en París, del que recordaba con máquinas expendedoras de libros y no de refrescos, a lo que mamó de Normandía y la Bretaña, donde afirmaba encontrar la belleza máxima. Allí, añadía, no había pijerío como en A Coruña ni mucho menos diferencias clasistas ni sexistas. De su trayectoria, el curioso pudo ver en el Kiosco Alfonso la esencia.
En una retrospectiva en 2011 donde Carpo trató de recuperar a los más importantes. Algunos no llegaron al convite, pero los que estaban hicieron comprender que Alberto se refugiaba en cuerpos con curvas para gritar sin palabras. Desde los años 60 hasta las últimas composiciones, la muestra le proporcionó en el momento una sensación agridulce porque se alegró de los reencuentros, pero “siempre pienso en los que faltan”.
Hoy falta él. Pero a la vez, sigue estando. Porque detrás de su huella deja un universo de “revenidas” que sienten y padecen casi tanto como esas otras personas, las físicas, que apenas están. Son como zombis que se dejan arrastrar por la marea. Algo a lo que Carpo siempre se negó. Como persona y como artista.

“Revenidas” sí, pero con sentimientos

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