Reportaje | Los romeros de Santa Margarita reivindican que se le llame “monte” como antes

Reportaje | Los romeros de Santa Margarita reivindican que se le llame “monte” como antes

Del saborcillo gustoso que dejó un Xabier Díaz sobre el “torreiro” y después las Tanxugueiras con numerosos espectadores sacando puntos sobre lo gris, llegó el gran día de la romería en un parque que los adeptos prefieren llamarlo monte porque así lo conocían de canijos, quizá porque más allá de la ciudad, de los semáforos y las calles apareadas, Santa Margarita siempre fue libre. Y verde. A las cinco apareció allí Nucha con su perro para reservar una de las mesas fijas. Los Ameijeiras esperaron hasta las siete, pero ayer en su casa de la ronda de Nelle ya le daban vueltas al potaje, su potaje estrella. Los callos.
Y es que los que ahora peinan canas recordaban sobre el terreno cuando tenían que llevarlos de la mano para que no se perdieran entre el tumulto. Era el caso de los Santalla Gato. Decía el marido mientras contaba los bistecs empanados que la primera vez que pisó Santa Margarita fue hace 72 años. Después el destino le hizo cruzar el charco e instalar los bártulos en Venezuela. Lleva años de vuelta en su ciudad y en este tiempo no dejó de acudir a la romería. Con dos generaciones ya por detrás cogiendo el testigo, la familia aseguraba estar de maravilla igual que antes, “donde la comida no faltaba ni la música porque cuando acabábamos de comer empezaba la orquesta”.
El menú de antaño no difería mucho del actual, aunque sí se prodigaban los pescados como jurelitos o sargos en escabeche, que era la forma de conservar el pescado. Eran épocas difíciles, pero no por ello se le decía que no a la fiesta y la reunión entre seres queridos. Sin embargo, el relevo se dejaba ver sobre el manto verde. La pandilla de Álex, todos con el carné de Os Mallos, se tomaban el vermú a mediodía esperando al grueso del pelotón.
En su caso, sus especialidades pasaban por unas buenas tortillas hechas al punto y una novedad sobre el tapete, “fingers de pollo”, que maridarían con un salmorejo fresquito gracias al fichaje de una amiga andaluza. La carta varía. Se actualiza, pero aún así las empanadas se repetían en todos los saraos con mantel. Pablo se encontraba solo en su parcela: “Soy el pringado del grupo”. Su misión nada tenía que ver con echar levadura a la masa.
Tenía solo que aguardar en una mesa a su gente, uruguayos todos. Las infraestructuras estáticas se cotizaron tanto o más que las rosquillas. Era la una del mediodía y el comensal sin comida llevaba cuatro horas mirando wuasaps. A su lado, un termo con mate le hacía compañía.
Santa Margarita trajo lo mejor de distintas nacionalidades. En las inmediaciones de la Casa de las Ciencias, la Banda Municipal sacaba el repertorio más festivo a pasear y el parque se movía a ritmo de Santana con la de “Oye como va”. Los espectadores hacían un corro para escucharles, los que estaban en esa parte porque otros serpenteaban por los caminos de asfalto para hacerse con pan de Carral o un trozo de brazo de gitano o simplemente para catar el ambiente. Las cocadas y las larpeiras tampoco se querían perder el festín en una jornada de mucha vuelta en tío-vivo. Y mucha atracción.

De lacón a unos callos de diez
Ya por entonces, la mayoría de los que ocupaban silla se tomaban la primera con los suyos. Los Ameijeras lo hacían alrededor de una pota mágica que acababan de bajar de casa. Dentro, los callos de Fiuri esperaban su condena. Lleva años preparándolos el último domingo de agosto para disfrute de sus parientes, que sin degustarlos sabían que estaban perfectos. Gustosos y contundentes, con el picorcillo justo para sacar la máxima de las puntuaciones.
Pasaron una época comiéndolos en casa y bajando por la tarde, pero ayer se los trajeron para aliñarlos con la hierba. Sentada, la madre de Fiuri con 72 años recordaba el barrio sin scalextric mientras los retoños miraban el calendario con ansia, deseando “que llegara la fiesta del monte”. Los Santalla Gato no eran oriundos de la ronda de Nelle, pero venían igual de Monte Alto y O Peruleiro. Lo mismo que los de la Cruz Roja, que celebran todos los años una juntanza con sus socios. En un radiocasette pincharían más tarde hits con la sobremesa, también un paracaídas que a los mayores les tiene atrapados.
Afirmaba Fidel que su mesa se poblaría con empanadas, lacón asado y más lindezas gastronómicos. Compartían parcela con la policía. Unos y otros se vistieron el traje de los domingos. El más popular de todos llevó a cientos de coruñeses a su monte, donde le pusieron el broche final a las fiestas.

Conciertos
Antes de que los fuegos artificiales fueran las perdices del cuento, los romeros asistieron de tarde a la actuación del grupo de gaitas y baile participativo. Samarúas puso a la Costa da Morte a desfilar. El grupo, que le saca punta al poemario de autores como Celso Emilio, fusiona versos con canciones que “nos levan ao mar do que vivimos”.
De esta forma, Laxe y Camariñas estuvieron más cerca todavía en melodías y términos como “punto Nemo, que é o que está máis lonxe de calquera punto de terra” o “árdora, que son as partículas fotosintéticas que brilan”. Salvo el batería, Isaac Pérez, que viene de lo clásico, el resto crecieron entre instrumentos tradicionales. Fran Trashorras, Miguel Vázquez y Antonio se dieron cuenta de vinos y foliadas que compartían las mismas inquietudes. Después, se unieron “de forma moi natural”, Tania Caamaño y Carlos Barcia. Más tarde, Antía Ameixeiras y por último, Isaac añadió las baquetas.
Ayer repetían por segunda vez en el anfiteatro para demostrar a golpe de repertorio que “non todo é muiñeira e xotas”. Le dieron paso al último de los conciertos, donde la orquesta SondeSeu contó con tres invitados muy especiales. Asturias se vino a chapotear al Atlántico con la gaita de Xuaco Amieva. De Portugal, Luis Peixoto trajo su cavaquiño y Vanesa Muela, la voz y una sartén, que fue uno de los elementos que recurrían las mujeres de Valladolid y Castilla y León como ella cuando no había otra cosa que percutir. De las variantes que se dan sobre la tierra del Pisuerga dio buena cuenta una músico que lleva desde los cuatro cantando. A los ocho grabó su primer trabajo y además de cucharas y morteros, golpea con soltura la pandereta. Ayer lo confirmó y la romería se fue dibujando sobre el cielo palmeras de colores en un espectáculo pirotécnico a medianoche.
Los fuegos sellaron el cierre de unas fiestas que también se pasaron por agua en su última jornada con la septuagésimo octava edición de la Travesía a nado Ensenada de San Amaro. Los premios los entregó la conselleira Beatriz Mato.
El día ayudó a que muchos se atrevieran a rodear la costa y mientras afilaban su técnica de crol, en tierra seca, otros optaban por acudir a Méndez Núñez a sumergirse entre oportunidades editoriales en la Feira do Libro Antigo e de Ocasión, donde especialistas de todo el estado despliegan tomos tan apetitosos como la segunda entrega de “Sempre en Galiza” o clásicos con una cubierta curiosa por cinco euros. A pocos metros, otra feria, la Made in Galicia, presentó la esencia del país en moda y exquisiteces gastronómicas. Haciendo del paseo un festival para los sentidos con prórroga. Se podrá disfrutar hasta el 31. l

Reportaje | Los romeros de Santa Margarita reivindican que se le llame “monte” como antes

Te puede interesar