Reportaje | La memoria viva de Tabacos retorna al que fue su hogar durante toda la vida

Reportaje | La memoria viva de Tabacos retorna al que fue su hogar durante toda la vida
Un grupo de trabajadores de la antigua Fábrica de Tabacos acudió al acto de inauguración | pedro puig

La nueva Audiencia Provincial se llenó de autoridades, pero los verdaderos protagonistas del evento, los que se llevaron todas las miradas y mensajes cómplices, fueron los antiguos trabajadores de la Fábrica de Tabacos. Los que son la memoria viva del pasado industrial de A Coruña regresaron al que fue su hogar durante décadas para descubrir qué ha cambiado en las entrañas de la factoría. Y no faltó la emoción.

De los 16 privilegiados que pudieron disfrutar de la primera jornada de puertas abiertas de las dependencias judiciales de A Palloza, pocos fueron los que derramaron alguna lágrima. Pero la emoción y, fundamentalmente, la ilusión por volver sí estuvieron muy presentes.

Deseosos de recorrer todas las estancias que vieron nacer a la mayoría en el mercado laboral –las cigarreras contaron que al principio las fichaban “con una edad mínima de 16 años y máxima de 18”–, poco a poco fueron repasando imágenes. La mayoría incluso recordaron que la empresa tuvo a gran parte de su saga familiar empleada. Tanto que algunas ya recorrían las instalaciones cuando eran muy niñas.

“Trabajaron mi abuela y mis tías”, afirmó Olimpia Núñez, que recordó que durante los primeros de sus 42 años en la fábrica hizo todo a mano hasta que llegaron unas máquinas que liaban “1.200 cigarrillos por minuto”.

Luis Bazarra, antiguo jefe de equipo de empaquetadoras, repasó la automatización paulatina de las tareas. “Primero se hacían a mano las tiruleras y después llegaron las primeras máquinas, que las cigarreras tiraron al mar porque venían a quitar puestos de trabajo”, comentó.

De las farias a los despachos
Delante de sus compañeras bromeó con que eran “guerrilleras”. Pero esa lucha se fue acabando con las herramientas “liadoras de Alemania y las empaquetadoras que venían de Italia”. Bazarra reconoció que el cierre fue “traumático” pero cualquiera lo diría viendo la emoción en la cara de los operarios. “Fue un trabajo maravilloso para todas”, confesaron al alimón Pilar Míguez y Olimpia Núñez, ya en uno de los patios.

Allí entre todas rememoraron que el sótano se guardaba la picadura de tabaco, mientras que en el primer piso de fabricaban los pitillos. En la segunda planta, donde ahora hay despachos y se guarda con mimo el mecanismo del reloj que preside la fachada, se preparaban las “farias de La Coruña”. “Esto cambió mucho”, refrendó Pilar Roca. Aunque el resto de los coruñeses rememoren ahora su papel en la historia de la ciudad, para ellas el recordar no es nuevo porque prácticamente todos tienen sus grupos.

Así lo contaron, “muy nerviosas”, Dolores Rodríguez (Lolecha) Mariví López, Teresita y Lojo, que tienen una pandilla de 15 personas que se reúne todos los martes para disfrutar de la amistad que fraguaron entre cigarro y cigarro. Mientras se hacían fotos de grupo en sus queridas escaleras –que se conservaron con azulejos y que todas destacaron–, Marinita Regueiro hizo volver a la memoria de todas los uniformes que marcaron aquella época.

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