Reportaje | Garufa Club: un cuarto de siglo convirtiéndose en el hogar de los músicos locales

Reportaje | Garufa Club: un 
cuarto de siglo convirtiéndose en 
el hogar de los músicos locales
Doré asegura que llevar las riendas de una sala como el Garufa es más una apuesta romántica que un negocio | aec

Cuando Marcos Meléndrez y Pepe Doré cogieron el testigo de “El apartamento”, no sabían que el suyo acabaría superando la solera de los que tomaron el nombre de la película de Billy Wilder, quizá por eso de que no pasaban de los 50 metros cuadrados. Sin embargo, el destino les hizo juntar este con el anterior “El cataratas” para llevar el directo a la calle de Tinajas, en la Ciudad Vieja, durante 22 años.
En los siguientes tres, el Garufa alcanzó la condición de club lejos del casco histórico. En la calle de Riazor y en un local, el número 5 que fue cine, discoteca y un bar ornamentado con bólidos llamativos y hasta con un vagón de tranvía. Dice Doré que cuando lo cogieron parecía un escenario bélico, pero que las ganas y la ilusión de tener una sala en condiciones fue suficiente como para trasladar la magia de un sitio a otro y darle nuevas dimensiones al oído con un equipo de sonido de calidad, “de los que en Galicia hay muy pocos. Yo suelo decir que es como conducir un Ferrari por una corredoira”.

Programación
Antes de pilotar esta tecnología, los que también tocaban y se hacían llamar Los Doré, empezaron en Tinajas con conciertos los jueves. Después fueron los viernes y cuando se dieron cuenta eran de los pocos de su especie que ofrecían acordes sin disfraz: “En ese momento, se programaba un cinco por ciento de lo que se programa ahora. Estaba el Playa Club que daba conciertos de forma puntual, el Filloa Jazz y algunos bares, de vez en cuando”. Doré recuerda que con la unión de los dos locales trajeron a nada menos que Javier Ruibal, “una vaca sagrada de la música en España, no es de grandes masas pero sin duda es uno de los grandes de la canción de autor”. Más tarde, se pasó un Pedro Guerra “que empezaba a despuntar” y también Ismael Serrano.
Incluso desembarcaron los de Love of Lesbian, que “eran conocidos en Cataluña”, pero su radio de acción aún no contemplaba esta esquina y en el concierto, se dieron cita no más de 20, “camareros incluidos”. Pepe comenta que en su actuación en el Festival Noroeste lo recordaron. Y es que la música es rodar y rodando se llega a los auditorios como Silvia Pérez Cruz, una espinita clavada en el corazón de Doré, que la quiso para el nuevo local, pero entre tanto, “se disparó”.
Más allá de las estrellas, los que ahora están al frente –Marcos Iglesias, Santiago González y el propio Doré– no se olvidan de lo primordial, que sigue siendo dar cobijo a los de aquí y “mantener el pulso vital de la escena musical de la ciudad”. Es por eso que suele decir que “el músico que no ha tocado en el Garufa no es músico”. Por aquí pasan todos.

Apoyo a bandas locales
La filosofía del lugar parte de su propia raza: “Éramos músicos y sabemos que se necesitan salas y espacios adecuados para que estos se pueden desarrollar”. En el nuevo emplazamiento, ofrecen una media de 170 conciertos al año. Con una tecnología y una luz apropiadas, el Garufa Club es una apuesta romántica más que un negocio.
El que también es vicepresidente de Clubtura, la Asociación Galega de Salas de Música ao Vivo, habla del buen rollo que hay entre los locales asociados: “Es algo que nos dicen los de otras comunidades como Castilla y León o Andalucía”. En este sentido, apunta que “tratamos de no contraprogramarnos, de tenernos en cuenta y ayudarnos en lo que podemos”.

Nueva etapa
En la calle de Riazor brindó su repertorio Jerry González o recientemente, Clarence Bekker. Dice Pepe Doré que la solera no se compra al peso y que aunque trataron de trasladar la esencia del viejo Garufa, son los años los que le dan el título de “mítico” y por eso, el de la Ciudad Vieja difícilmente se olvida. Ellos están muy contentos en su nueva etapa: “y por aquí pasan cantantes y músicos que nos felicitan por el sonido”. La acústica, asegura, fue muy estudiada. Por eso, los 25 años suenan mejor con vistas al mar.

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