Reportaje | En la calle que lleva al faro, hay otro con piernas y una mercería

Reportaje | En la calle que lleva al faro, hay otro con piernas y una mercería

En la calle que lleva al faro romano hay otro faro con piernas y una mercería. Se llama Maica y lleva pendientes en forma de imperdibles haciendo honor a su oficio, que no es más que la cara b de la cinta. En la otra y entre combinaciones y fajas, se esconde la solidaridad. 
Maica no para de reírse. Lo hace mientras le piden una goma tipo cordón y cuando presenta a su cuñada, a la que tiene esperando en el probador: “La confianza da asco”. Y lo cierto es que el buen rollo se respira desde que uno entra por la puerta en la que se puede ver un cartel con el lema “eu si quero negros para a miña rúa” . 
Ya en el mostrador, su amiga María cuenta que suelen dedicarle las horas muertas a resolver el país, a desahogarse en comunidad y platicar sobre la vida de un barrio como Monte Alto donde azota el viento sin remilgos. Y es que el negocio es un “bule-bule” y no hay momento para la soledad. 
Es más, hasta aquí vienen las vecinas que padecen de este mal a conversar: “Véñenlle a contar”, dice María, su amiga. Ellas dicen ser críticas con lo que ven, “politiqueiras”. Y no entienden de contemplaciones a la hora de poner verde a todos los que pertenecen a esa raza, la política. 
Entre pantis y cremalleras recuerdan cómo comenzaron ayudando al vecino que lo necesita y aunque Maica ya hizo sus primeros pinitos en los 80 en Madrid colaborando con gente sin techo, fue en los 90 cuando empezó por cuenta propia en A Coruña, después de ver en la calle a los primeros africanos caminando en chanclas. 
Era invierno así que “rebusqué en casa zapatos de mi marido y se los di”. Esto fue el principio, nada más. Después de los de cordones, entraron por la tienda otras prendas de abrigo y alimentos que recolectaron de un lado y de otro, incluso el aceite usado que recogieron para las “mulleres colleiteiras” cuando no disponían de contenedores y no se atrevían a pedirlo. 
Así que de los primeros a los que echó un cable, Djibi, que llegó a presentarse por las listas de BNG, Rajú o Geli –gente toda muy trabajadora que acabó dedicándose al mar o están en el campo– a los que provee en la actualidad con bolsas de ropa y comida han pasado muchos años. 
En todo este tiempo, vio tantas caras que hoy en día no los puede reconocer a todos, es imposible, pero se gira cuando escucha las palabras mágicas: “Mamá Maica”. 

“Mamá Maica”
Es así como la llaman y aunque lo acepta, afirma rotunda que “mamá es una cosa muy importante y yo no soy nada”. Sin embargo, para la comunidad que se gana la vida con la venta ambulante en la calle Real lo es, al menos la segunda. 
En el 15.002, Maica es toda su institución. A diario, puede amanecer con cinco o seis personas esperando a que abra la puerta. Son inmigrantes, personas de etnia gitana, gente, en definitiva, sin recursos que acude a “Mamá Maica” por algo que llevarse a la boca. Ella guarda bolsas y es discreta. Las va repartiendo y nadie sabe lo que va en ellas ni para quién son. 
Trabaja en la sombra. No le gustan las medallas, esas son para otros, pero no se calla. A día de hoy, señala que hay pocas ONG que trabajen con rigor: “Muchas venden la ropa que les donan o piden a los muchachos papeles, incluso el contrato del piso”. Por eso, alaba a las que lo hacen bien como Equus Zebra y Ecodesarrollo Gaia. 
Entre los bultos, tiene para todos. A la tercera edad, les guarda revistas del corazón. No se le caen los anillos pidiendo revistas de punto de cruz que lleva al centro cívico para que los asistentes a los cursos de confección cojan patrones. Los sábados vienen familias de etnia gitana a por leche y ropa. Si entre lo que distribuye, los pudientes ven algo que les interesa, ella se lo cambia por solidaridad. Es así como funciona Maica. Sin más intereses que los humanos. l

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