Reportaje | El barrio verde cumple 25 años entre rosales y una plaza con forma de elipse

Reportaje | El barrio verde cumple 25 años entre rosales  y una plaza con forma de elipse
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Cuando Francisco Vázquez puso la primera piedra en 1992, Los Rosales era todavía un proyecto donde prendían las flores. Por entonces, José Luis no se planteaba ni por asomo trasladar sus bártulos a esta parte de la ciudad en la que solo crecía lo verde. La rodeaban Visma y Labañou. También el monte de San Pedro que de aquella era más monte que explanada cuidada, igual que Bens. Sin embargo, A Coruña se encaprichó en conquistar esta atalaya y los que a mediados de los 90 rondaban la treintena con el primer hijo en el carrito y un segundo todavía por llegar proyectaron su vida sobre un plano en un piso que se cotizaba sobre 75.000 euros con tres habitaciones y dos baños. 
Ese fue el perfil del comprador, un hombre o mujer seguro de sí mismo que desatendió las lamentaciones de su gente que les decía que aquello era el fin del mundo. Los primeros pobladores se lanzaron a conquistar lo que de pequeños veían lejano, un compendio de leiras que tomaron varios constructores: “Se repartieron el barrio a modo de cooperativa con el compromiso de hacer la ronda más grande para que llegase a Manuel Azaña”. 
Hoy José Luis no comparte lo que le decían en los 90. En quince minutos pone un pie en la plaza de Pontevedra y en diez se está pegando un chapuzón en San Roque. En Los Rosales no faltan servicios. Nació con el primer centro comercial con salas de cine que parió la ciudad y goza de zonas verdes tanto dentro del perímetro como fuera con el parque de Adolfo Suárez, San Pedro, Visma y Bens. En estos 25 años de vida, sus vecinos plantaron raíces hasta el punto de que la plaza Elíptica es como la de María Pita para los que cohabitan en el 15011: “Que nadie nos la toque”. Pidieron para ella una cubierta, pero el proyecto que les presentó Marea para vestirla en parte con una pérgola no les convenció y el tema está paralizado. El enclave con forma de elipse recibió el premio europeo Philippe Rotthier 2008 a la Mejor Calidad de Ampliación Urbana: “Debe ser la más grande de la ciudad, sino la segunda”. 
Allí, los que crecieron balanceándose en sus columpios celebran fiestas como jóvenes que son y se sientan en los bancos a observar. A ser adolescentes. José Luis comenta que el barrio está casi libre de hipotecas: “Los primeros las pagamos en 15 años, nosotros desde 2012 la tenemos finiquitada y el porcentaje es altísimo”. 
Asegura que esto se nota, “la gente alterna con más alegría”. En uno de los sitios donde acaba es el Green Street, una cervecería que ofrece avituallamiento desde el principio. En los últimos once está capitaneada por Luis que vio oportunidades de negocio desde su casa de la ronda de Outeiro. En el barrio verde triunfa la “rubia” de A Grela, pero los más exquisitos se van hasta una belga tostada con mucha graduación. 
Son los entresijos de un distrito que tiene hasta teatro y escuela de música y un vocabulario particular porque la morfología de los bloques que se miran de frente en semicírculo les llevó a bautizar a este punto como la “plaza de toros”. Ahí tiene su morada José Luis, que echa menos más terraceo, “que es bullicio, vida y dinero para la hostelería” sobre un terreno donde Manuel Azaña hace de Alfonso Molina. Vertebra lo que pace a los lados y lo hace a modo de rotondas. En el centro brotan las rosas, de ahí el nombre que pasea. 
Aún así, cada vez se ven menos porque los rosales crecieron igual de rápido que los chavales que aprendieron a andar a su vera y son una barrera para la visibilidad del conductor. Están desapareciendo del mapa por seguridad. 
Los que no tienen peligro de extinción son los que florecen en la Elíptica. Esos son intocables. Por lo demás, los “rosalianos” hablan de que la vida en esta punta de la península es muy tranquila, que con el paso del tiempo las distintas necesidades se fueron abasteciendo y en la actualidad no tienen que pelearse por un pupitre para sus niños en el CEIP Emilia Pardo Bazán como en 2004. En ese año, se formó la Plataforma de Afectados por falta de escolaridad “Cole para todos”, que consiguieron una clase más para cada curso hasta un total de tres. Esos pequeños son ya universitarios que no tienen modo de desplazarse al campus sin transbordo. 
Es de lo que más se quejan los residentes: “Para llegar a la Universidad en bus urbano pueden tardar entre una hora y hora y media. Nos quitaron el 12”. Tampoco están bien conectados con Marineda City ni pueden acudir a un concierto al Coliseo sin bajarse de una línea y subir en otra. La Tercera Ronda es, sin duda, una infraestructura que revalorizó sus nidos. Sin embargo, faltan vías que enlacen con ella para que el Pavo Real no se ahogue en horas punta.

Fiesta
Con todo y eso, los 10.193 que contabilizó en enero de 2017 el IGE (Instituto Galego de Estatística) se ponen en pocos minutos fuera de la ciudad. Este fin de semana celebraron un cuarto de siglo durmiendo entre rosales. 
Lo hicieron con distintos actos como el concierto de Los Limones el viernes y verbena ayer con la París de Noia. Además, el segundo Festival de Arte na Rúa se pasó a festejarlo con la banda de la Escuela Municipal de Música y la asociación de vecinos desplegó los trabajos que salieron de la sede en las actividades que se sucedieron durante el curso. 
La fiesta de cumpleaños no acaba aquí. Para hoy, habrá mercadillo, sesión vermú y comida popular para que el barrio sea más barrio sobre un asfalto que pisaron Mikel Erentxun o Fito y Fitipaldis. En su plaza Elíptica sonó el rock and roll y hoy los primeros conquistadores ya ven cerca la jubilación que les permitirá pasear entre el verde del que presumen. Subir a San Pedro y otear la Torre o serpentear Bens, que es menos vertedero que cuando compraron su propiedad. Hay aún una remesa por venir: “Quedan dos solares por hacer bloques” y un esqueleto como símbolo del boom inmobiliario que les pilló de lado. Salieron beneficiados del asunto y las viviendas ganaron por el telón de fondo y las comunicaciones. La AC-14 es una bomba de oxígeno y, en definitiva, “pocos se arrepintieron de venirse”, dice José Luis. Él baja en bicicleta y hace el Paseo. Un lujo.

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