Más de un centenar de personas acuden a despedir a los mellizos asesinados

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  a.p. > a coruña

  Bajo un cielo de un color ceniciento, Monte Alto enterró ayer en el cementerio de San Amaro a Adrián y Alejandro, los gemelos de diez años asesinados el pasado domingo a manos del novio de su madre. Más de cien personas, la gran mayoría vecinos del barrio, se reunieron para dar el último  adiós a los niños que tan sólo hacía tres días, habían visto jugar en sus calles. Mientras la familia aguardaba frente a la puerta, el público aguardaba en silencio formando un corro en la acera y junto a las zonas ajardinadas llenas de coronas florales.
Allí también se encontraba una  numerosa delegación municipal, formada entre otros por el teniente de alcalde de Seguridad Ciudadana, Julio Flores; la edil de Cultura, Ana Fernández; el de Servicios Sociales, Miguel Lorenzo; los concejales de barrio Carmen Hervada y Juan de Dios Ruano; la de Empleo, María Luisa de Cid, y la de Hacienda, Rosa Gallego. Pero fue Flores el que se acercó hasta el padre y le transmitió sus condolencias en nombre de la corporación municipal.  
La madre de los niños fallecidos, María del Mar Longueira, contaba con el apoyo de familiares y conocidos. Entre ellos su hijo mayor, David, habido en su primer matrimonio, así como el padre y la abuela de éste.

Indignación > Todos esperaron durante media hora en un ambiente tenso, en la que los presentes comentaban en susurros la tragedia del sábado pasado con una mezcla de tristeza e indignación, según hicieran referencia a la familia o al infanticida, Javier Estrada, contra el que se respiraba un ánimo de linchamiento.
Tras una espera llena de crispación, en la que familiares y amigos rompieron a llorar en varias ocasiones, los dos coches fúnebres hicieron acto de presencia y se detuvieron en la explanada frente a la puerta principal para depositar unos ataúdes que por su pequeño tamaño fueron un recordatorio para los presentes de la corta edad de los difuntos.
Los féretros fueron llevados al camposanto por sus seres queridos. Detrás de ellos, en un silencio pesado, marcharon docenas de personas por entre paredes de nichos donde A Coruña guarda a sus muertos ilustres, como Manuel Murguía, Eduardo Pondal o Curros Enríquez. Adrián y Alejandro fueron enterrados en un nicho superior, tras una lápida de mármol negro perteneciente a la familia Souza-Seoane, con el suelo a sus pies lleno de coronas de flores.
Mientras sellaban la lápida, el sacerdote pronunció un corto sermón en el que ofreció a los presentes, y sobre todo a la familia, el consuelo de saber que hay otra existencia, “sea después de una larga vida o de una incipiente”.


 

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