Luis Sepúlveda | “Los escritores somos un poco cronistas de la historia, y sobre todo de la que no nos cuentan”

Luis Sepúlveda | “Los escritores somos un 
poco cronistas de la historia, y sobre todo 
de la que no nos cuentan”
Sepúlveda participó en ediciones anteriores de Encuentros con escritores | aec

Luis Sepúlveda recupera para la literatura a Juan Belmonte en una novela, “El fin de la historia”, donde la represión chilena está presente en una crónica que recoge todo el siglo XX. Hablará de ella esta tarde en la Uned, dentro del ciclo Encuentros con escritores, que se despide por esta temporada.

“El fin de la historia” parte de un hecho real.
Sí, de un hecho muy llamativo. En el año 2005, al palacio del Gobierno de Chile llegó un grupo de cosacos que iban con la misión de hablar con la presidenta Bachelet para negociar la liberación de un hombre que está en prisión. Se llama Miguel Krassnoff y está condenado por violaciones de los derechos humanos, desaparición de personas, asesinatos, violaciones, robos... Está condenado a casi mil años de prisión y todavía tiene causas pendientes. Me dio pie para pensar “y si decidieran enviar a alguien para liberarlo, qué ocurriría, quién se opondría y cómo lo haría”. Esto fue lo que dio inicio a la idea de la novela..

Dedica el libro a Carmen Yáñez, que sufrió esas torturas.
Carmen Yañez, mi esposa, una excelente poeta, estuvo en ese campo de horror que fue Villa Grimaldi y conoció de primera mano todo lo que ocurría ahí, todo el dolor y sufrimiento de ese lugar, que hoy, por fortuna, está dedicado a la memoria de las víctimas.

El personaje de Verónica está inspirado en ella.
Desde la primera novela del personaje, siempre tuve claro que la persona inspiradora era ella. Cuando nos reencontramos tuvimos conversaciones terribles sobre nuestro paso por diferentes centros de detención en Chile, pero que rescataban la enorme dignidad de la gente que no habló. Eso es lo que te permite después seguir viviendo, saber que “aguanté, resistí, no hablé”.


También recupera a Juan Belmonte, ¿cómo está veinte años después?
Está bien (ríe). Tengo muchas cosas en común con Belmonte. Cuando escribí la primera novela, “Nombre de torero”, estaba en una situación bastante particular, porque estaba en un hospital de Hamburgo –estuve seis meses en ese hospital– también como consecuencia de los malos tratos recibidos en las cárceles chilenas. El precio que había que pagar. El diagnóstico de los malos no era optimista, probablemente no iba a salir de ahí, y decidí darle al personaje mi propia biografía. Así que hemos estado en los mismos lugares, nos hemos metido en los mismos problemas, tenemos una especie de vocación similar para meternos en líos y tenemos la misma edad. Lo dejé con esa idea de que este tipo se va a ir a vivir tranquilo a cualquier lugar del mundo, como lo hice yo, que me vine a Asturias, y cuando nació esta novela fue muy fuerte el deseo de convocarlo y de decirle “¿cómo estás? A los 67 años te veo bien. Hay un lío, ¿quieres meterte?” Y me dijo sí. Y ahí esta en la novela.

Me acaba de decir que es el precio que había que pagar. ¿Lo sigue pensando?
Nosotros nunca imaginábamos que íbamos a pagar un precio así. Estábamos convencidos de que nuestra sociedad era democrática, avanzada, que nuestras fuerzas armadas eran profesionales, y estábamos convencidos de que el camino que estábamos realizando era correcto, porque era un camino no violento, democrático, queríamos cambiar nuestra sociedad pero respetando todas las libertades. Allende era muy claro al decir que esa revolución chilena se iba a hacer sin dictaduras de ningún tipo y no imaginamos nunca que la respuesta que íbamos a recibir iba a ser tan fuerte, tan desproporcionada. No puedo decir que nos lanzamos voluntariamente a los campos de tortura, pero fue un precio que había que pagar por querer cambiar la sociedad y ahora con el paso de los años uno dice “bueno, valió la pena”.

En el libro hace un repaso por la historia del siglo XX, un siglo muy intenso.
La segunda mitad del siglo fue intensísima. Ocurrían cosas casi todos los años casi a diario. Los grandes procesos de descolonización de las naciones africanas, las revoluciones latinoamericanas, la guerra de Vietnam, el año 68, la idea de igualdad que se traslada luego a Europa, la posibilidad de gestación de un Estado de Bienestar, los intentos por cambiar la sociedad, como en el caso chileno, la caída del muro de Berlín, la desaparición de uno de los bloques que luchaban por tener la hegemonía mundial y la imposición de un nuevo orden internacional que puso más desorden del que había antes. Intenté que mis personajes pasaran por todo este tiempo, por eso la novela nace en un día de 1917 en San Petersburgo y termina en 2010 en Chile.

Dice que la sombra de nuestro pasado nos persigue.
Creo que muchas personas que tuvimos una postura ética que manifestamos a través de la militancia política sentimos que hay una sombre que nos persigue para bien y para mal.

Todavía nos falta mucho por conocer de la historia más oscura.
Lentamente vamos conociendo los pasajes de la historia más oscura y nos toca a los escritores ser depositarios de esta memoria que se quedó oculta. Hasta hace un par de años, los estudiantes chilenos estudiaban una historia que comenzaba con la conquista y se interrumpía en 1970 y se reanudaba en 1973. Fue negada la historia del gobierno de Allende, con todo lo que significó, y fue negada la enorme represión civil de después. Nosotros, los escritores, somos un poco cronistas de la historia, y sobre todo de la que no nos cuentan.

Desde esa óptica de cronista, ¿cómo está viendo el siglo XXI?
Con una enorme preocupación y al mismo tiempo con una enorme confianza en la vitalidad de la gente joven. Lo han manifestado cuando mi generación a raíz de la crisis se quedó estupefacta, casi en un estado de parálisis. Aparecieron los jóvenes y manifestaron su indignación y fueron estableciendo nuevas posibilidades: es posible hacer las cosas de otra manera, es posible gobernar de otra manera, es posible ocuparse de los temas sociales de otra manera. Es posible ser ciudadano, no ser súbdito de las decisiones de las grandes corporaciones multinacionales, que tienen más poder que los mismos estados y que a veces reemplazan las decisiones que competen a los estados.

Luis Sepúlveda | “Los escritores somos un poco cronistas de la historia, y sobre todo de la que no nos cuentan”

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